En diálogo con HOY, Osvaldo Papaleo, quien fue secretario de prensa de María Estela Martínez de Perón manifestó que prácticamente todos los "diarios jugaron a favor del golpe de estado". Y agregó: "Los empresarios de los medios creían en lo que proponía Martínez de Hoz. Muchos de los diarios le ponían horas al golpe antes del derrocamiento de Isabel y hasta configuraban lo que iba a ser el gabinete, que llamativamente se acercó mucho a lo que realmente se conformó. Incluso el diario La Razón, que respondía al comando en jefe del Ejercito, tuvo con anticipación los movimiento de tropas que se pusieron en práctica el día del golpe".

Papaleo también recordó que unos días antes de la asonada militar, desde la presidencia de la Nación se les requirió a los medios privados que transmitieran un discurso de Ricardo Balbín y otro de Oscar Alende contra el golpe de estado. "Se negaron todos. Por eso pienso que se trató de una rebelión de hecho por parte de los medios", agregó Papaleo, que fue secuestrado en dos ocasiones y torturado por parte de las fuerzas represivas.

La vinculación de los medios y la dictadura la sufrió Papaleo en carne propia, al punto de que su segundo secuestro fue por haber enviado una carta a la revista Somos, de editorial Atlántida, para desmentir una nota. "En esa revista publicaban las declaraciones bajo tortura que daban los detenidos", dijo Papaleo.

Prácticamente todos los diarios y la gran mayoría de las empresas periodísticas apoyaron abiertamente el llamado Proceso de Reorganización Nacional. Incluso, a través de las editoriales, aparecen con claridad el respaldo explícito y sistemático que dieron a la Junta Militar. También tuvieron su recompensa: la dictadura les entregó en bandeja el negocio de Papel Prensa.

Un ejemplo del apoyo mediático al golpe militar es el diario El Día, cuyo director, Raúl Kraiselburd, se mantiene en el cargo. El matutino platense respaldó desde un primer momento el accionar del gobierno de facto, y también tuvo palabras elogiosas al programa económico que puso en marcha José Alfredo Martínez de Hoz. La primera expresión pública de apoyo al golpe de Estado, por parte de El Día, se puede leer en la editorial publicada el 26 de marzo, a dos días del derrocamiento de María Estela Martínez de Perón, titulada "La prevista consecuencia". Dice textualmente:

"Pocos desenlaces de la vida institucional han sido tan invevitables y previsibles, como el proceso desencadenado en las últimas horas de la jornada del martes pasado y que culminó con la caída definitiva del gobierno que había asumido el poder el 25 de mayo de 1973.

Una persistente acumulación de errores y contradicciones de las sucesivas autoridades que manejaron el país en los 34 meses pasados acarreó el final.

Toda esta situación no podía sino acabar, como deciamos, en la forma que ahora terminó. En el país se inicia una nueva etapa, por cierto nada fácil, para todos los argentinos. El reordenamiento del aparato productivo y el aniquilamiento definitivo de la guerrilla -todo en un marco de libertad dentro del orden jurídico y los principios republicanos de la Constitución- parecen las prioridades principales indispensables para que los habitantes de este suelo recuperen la paz, tanquilidad y seguridad que le permita sumar su esfuerzo creador a la tarea de conjunto".

El termino "aniquilamiento definitivo de la subversión" es muy similar a los conceptos utilizados por el decreto que firmó en 1975 el presidente interno Italo Luder y todos los ministros que formaban parte del gabinete nacional, que autorizaba a las fuerzas armadas a intervenir en seguridad interior con el objetivo, según consignaba la resolución gubernamental, de "aniquilar el accionar subversivo". Años más tarde, este decreto fue usado por los miembros de la primera Junta Militar como justificativo del golpe.

El respaldo de Kraiselburd a la dictadura se mantuvo durante años. Incluso, en 1981, no dudó en defender en la Sociedad Interamericana de Prensa a la Junta Militar ante las denuncias que venía realizando Jacobo Timernam, ex director de La Opinión, que había sido secuestrado y torturado por las fuerzas que respondían al entonces jefe de la Policía bonaerense, Ramón Camps.

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