Secuestro y desaparición forzada, el contraste del 4 de febrero

Colombia
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Juan Diego Restrepo E. (*)



Medellín, feb. 4 (IPC) La marcha de este 4 de febrero tenía un propósito concreto: rechazar a la guerrilla de las Farc y sus prácticas bélicas, entre ellas la del secuestro. Unidas, miles de personas se movilizaron en el país y en más de cien ciudades del mundo para acoger este llamado. Pero ese ambiente de aparente unidad le dolía a decenas de mujeres que, impotentes, viven en sus hogares el drama de la desaparición forzada, un delito atroz cuya sanción carece de respaldo social y político.

Mientras la mancha blanca contra las Farc preparaba su recorrido en la Plazoleta de las Esculturas, a tan sólo una cuadra de allí, en el atrio de la iglesia de La Candelaria del parque Berrío, una pequeña concentración de no más de 300 personas, la mayoría mujeres, intentaba superar la indignación que les provocaba el hecho de no ver en boca del Estado, la clase política y ni de la empresa privada, que puso recursos y empleados en la marcha contra las Farc, la tragedia de la desaparición forzada, que ha dejado por lo menos 4.000 víctimas en los últimos diez años, y cuya responsabilidad recae, en alto porcentaje, en grupos paramilitares y la fuerza pública, y en menor medida en los grupos insurgentes.


Estas mujeres, agrupadas en la Corporación Madres de la Candelaria Línea Fundadora, sostenían las fotos de sus esposos y esposas, hermanos y hermanas, hijos e hijas, con la ilusión de mostrarlos al mundo para dar cuenta de su drama y recibir tanta atención como la que reciben los secuestrados de las Farc.


No es que estemos a favor o en contra de las Farc, pero aquí hay muchos actores que hacen daño”, afirmó Marta Cecilia Suescún, quien busca a su hija, desaparecida hace 19 meses en el corregimiento El Guiamaro, del municipio de Tarazá, Bajo Cauca antioqueño, un territorio de control paramilitar.


Cuando escucho todos esos gritos contra el secuestro, cuando veo que toda la gente, hasta del Gobierno, se juntan para rechazar el secuestro siento indignación, impotencia, me siento mal, me siento muy sola, atada de pies y manos porque nadie, absolutamente nadie, dice nada de los desaparecidos, y son muchos, y todos los días siguen desapareciendo más”, se lamentó Marta Cecilia.


El dolor que encarna la desaparición de su hija no es comparable, dijo, con el que puede sentir un familiar de un secuestrado: “La desaparición es peor que el secuestro, porque al menos las familias y todo un país saben que están secuestrados, en condiciones infrahumanas hay que reconocerlo, pero por lo menos tiene una luz de esperanza para verlos libres; mientras que para quienes tenemos un desaparecido la oscuridad es total. No sabemos si está vivo o muerto, si regresará o no. Nadie dice nada y siempre se habla de los secuestrados. Es un drama que nos consume lentamente”.


Mientras la mujer exponía su drama, unos cientos de metros más abajo, miles de personas coreaban consignas contra las Farc, contra el secuestro, contra quienes han trabajado para lograr acuerdos que permitan la liberación de los cautivos. El rumor de la manifestación llegaba hasta el atrio de la iglesia de La Candelaria, escenario común de un grupo de mujeres que encontraron allí la sombra necesaria para hablar de sus desaparecidos, muchas veces entre ellas mismas, porque nadie aparece para escucharlas.


Junto a Marta Cecilia estaba Dora Carvajal. Su drama: no tener noticias ni de su madre ni de su hermano, retenidos el 18 de agosto de 2000 por un comando paramilitar en su casa del barrio Las Cabañas, en el municipio de Bello, norte del Valle de Aburrá.


Es un dolor muy grande porque uno no sabe qué han hecho con ellos, a dónde los llevaron, dónde los tiraron. Al desaparecido lo tratan de esconder, mientras que a la familia del secuestrado la llaman para exigirle algo, eso es un aliento comparado con la situación del desaparecido de manera forzada. Nadie llama, nadie da noticias”, comentó Dora, quien no marchó contra las Farc y contra el secuestro porque sus desaparecidos no han sido tenidos en cuenta por nadie.


Contenida por la angustia, Aura Ríos describió la soledad que siente desde el 24 de febrero de 2006, cuando un grupo paramilitar retuvo a su padre en un retén cerca a Cimitarra, Santander, y no se volvió a saber nada de él: “Mi papá trabajaba de conductor, manejaba un camión de carga y pasó en un horario restringido por San Pedro de la Paz. Transitó por allí pasadas las siete de la noche y los paramilitares habían dado órdenes de restringir el paso a esas horas. Por eso se lo llevaron y no ha vuelto a aparecer”.


Su drama no es fácil de contar, sobre todo por las condiciones que vive ella y muchas de sus compañeras de drama, pero esta vez, teniendo como fondo una enorme línea blanca que aglutinó a miles de antioqueños, se atrevió a hablar para expresar sus pesares: “Me duele que sólo hablen de los secuestrados, que son los que tienen plata, o mandos en el Gobierno, en el Estado. Nosotros, los que no tenemos nada, los que somos pobres, lamentos que no nos tengan en cuenta”.


Y en medio de su dolor, reclamó para ella, su familia y muchas de las familias que tienen víctimas de la desaparición forzada, mayor atención: “Nuestro dolor también cuenta, nosotros también somos Colombia. El presidente Álvaro Uribe y la sociedad tienen que ser sensatos y reconocer que nosotros también existimos”.


Pero a su lado no estaba el Gobierno, ni el local, ni el regional ni el nacional. Momentos antes de iniciada la movilización contra las Farc, arribó a ella el alcalde de la ciudad, Alonso Salazar, portando la fotografía de Norman Alzate, un ingeniero forestal de 51 años, secuestrado por el V Frente de las Farc en zona rural de Apartadó, Antioquia, el 8 de febrero de 2005.


Hoy es una lucha por la dignidad del ser humano, por la libertad, contra el secuestro, que, en el tiempo presente, se encarna en el horror de las Farc”, le declaró el mandatario local a la Agencia de Prensa IPC. Y reiteró su postura: “Hoy marcho contra las Farc, no quiero desdibujar ese objetivo, porque es perfectamente válido”. No obstante, dijo que esa misma voluntad “tendría que tenerla este pueblo frente a cualquier otro grupo armado, frente al paramilitarismo, frente a todo aquel que atropelle la dignidad básica de una nación”.


Al ser consultado sobre las reflexiones en torno a la desaparición forzada que desde el atrio de iglesia La Candelaria hacían varias mujeres, el alcalde Salazar dijo que “están en todo su derecho, en otras ocasiones hemos marchado por estas razones y volveremos a marchar siempre que sea necesario, y estamos listos igual para eso”.


Minutos más tarde, llegó al sitio de inicio de la movilización contra las Farc el gobernador de Antioquia, Luis Alfredo Ramos, quien declaró que “marcho en solidaridad con los secuestrados y sus familias, para que termine ese vil delito en Colombia”.


De regreso al atrio de la iglesia La Candelaria, las mujeres persisten en sus consignas a favor del acuerdo humanitario, una fórmula que permitiría la liberación de los retenidos por las Farc y la excarcelación de decenas de guerrilleros presos en diversos penales del país. Sin embargo, el tema de la desaparición forzada como delito invisible seguía flotando en el ambiente


El desaparecido no existe”, afirmó de manera enfática María Eugenia Valencia, madre de un joven retenido por paramilitares el 28 de marzo de 2000 en el barrio Pablo Escobar, oriente de Medellín, junto a nueve jóvenes más de los cuales no se sabe nada hasta el momento.


Los gobernantes sólo hablan de secuestrados, y es más, de secuestrados de la guerrilla, ni siquiera tienen en cuenta a los de los paramilitares. De los desaparecidos, de esos nadie se acuerda”, sostuvo María Eugenia, quien no vacila en decir que a las víctimas de este flagelo el país les da la espalda, “quizá sea por el estrato en qué vivimos, pero de verdad, nos tienen abandonados del todo. Yo le pido al Gobierno y a la sociedad que nos tengan en cuenta, porque son tan seres humanos como los secuestrados y sus familias”.


Por un momento María Eugenia dejó de hablar y se concentró en el murmullo que generaba el grito de miles de marchantes contra las Farc. Al momento, declaró que esta marcha aumenta su soledad: “me siento desamparada, no tenemos apoyo de nadie. Los desaparecidos no son delincuentes, como a veces piensa la gente, son gente honrada, trabajadora”.


Pasado el medio día de este 4 de febrero, la movilización contra las Farc arribó al centro administrativo La Alpujarra para concentrarse allí y continuar con sus coros en contra de esta guerrilla, en medio de la música que brotaba de grandes altoparlantes y un claro ambiente festivo. A unas cuadras de allí, en el atrio de La Candelaria, María Elena Toro, una mujer que halló a cinco de sus familiares, asesinados por grupos paramilitares, en sendas fosas comunes en el Occidente antioqueño, rezaba el rosario junto a unos pocos transeúntes que paraban allí a escucharla.


(*) Editor Agencia de Prensa IPC

Medellín, Colombia

(57 4) 284 90 35

www.ipc.org.co

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