GALERIA DE LA MEMORIA desaparecidos




Presentación

  • El derecho a la memoria"

  • Galería de la Memoria: Complemento
  • EL DERECHO A LA MEMORIA

    Por: Iván Cepeda Castro y Claudia Girón Ortiz
    Fundación Manuel Cepeda Vargas.

    La amnesia de la sociedad colombiana contemporánea tiene su sustrato histórico en el vacio temporal de la conciencia individual y colectiva que surge de una circunstancia contradictoria: mientras el vertiginoso desarrollo material de los últimos cincuenta años ha transformado y practicamente destruido de raíz el entorno físico, por otra parte, las relaciones sociales, las costumbres políticas y las modalidades de ejercicio del poder han permanecido siendo en esencia las mismas del siglo pasado. De tal suerte que tanto la mutación radical del mundo físico -que impide el reconocimiento perceptivo del pasado-, como la inmutabilidad de los nexos sociales -que destemporaliza la existencia y destruye el sentido de la historia como facultad cognoscitiva- han sido factores favorables para una precaria comprensión y una experiencia débil del pasado.

    A ese sustrato histórico hay que añadir las técnicas del olvido. De un lado existe una abierta disociación entre la vida de la sociedad y los ritos e imágenes que hacen parte de lo que podemos denominar la iconografía oficial; disociación que fomenta, en última instancia, el desconocimiento e incluso el rechazo hacia la apropiación creativa de la historia. De esta forma, pareciera que en Colombia los ritos de la memoria son preservados celosamente (el calendario está repleto de fiestas patrias o religiosas, las plazas colmadas de bustos de olvidados personajes insignes, los actos públicos acompañados infaliblemente por los símbolos nacionales) pero en realidad, la relación práctica que se establece con esas imágenes y ceremonias en la vida cotidiana es de carácter formal, pues los vínculos que debieran ligar el significante y lo que pretende ser significado nos revela, por el contrario, que en esos rituales no nos sentimos identificados y que no hallamos en ellos la plenitud del pasado. Junto a esa iconografía tradicional tenemos ahora, además, los efectos de la cultura "light", la cual ejerce un rol amortiguador y distractor de la tragedia que se vive todos los días. La justificación pública de esta modalidad de diversión comercializada se hace por medio del pretexto de que los consumidores tengan acceso a "otras realidades" y así puedan aligerar el peso tanto de la rutina como de las noticias que muestran la sombría realidad. De esta manera, la vanalización de la vida parece una necesidad experimentada desde la propia dinámica que crea el orden social existente, el cual establece, asimismo, una forma particular de considerar el tiempo y el espacio en el que vale sólo "vivir al día" para sobrellevar la angustia de un futuro incierto en el que nadie sabe qué le espera al país. Ese presente hipotecado a las necesidades inmediatas tampoco permite que haya tiempo para elaborar y sentir una concepción real del pasado.

    En este contexto de técnicas del olvido entonces, las estrategias específicas encaminadas a desvirtuar el sentido de los derechos humanos y a borrar de la memoria cualquier vestigio de los delitos de lesa humanidad cometidos aparecen como políticas normales e incluso plausibles.

    Ante las técnicas del olvido la memoria debe plantearse, en consecuencia, no sólo como una dimensión cultural necesaria, sino a la vez como un legítimo derecho individual y colectivo reconocido jurídicamente y, por ello, tratado como cualquier otro derecho fundamental. "Toda persona o comunidad tiene derecho a la memoria, a recordar y ser recordada sin distingos ni discriminaciones de ningun tipo", así debería ser enunciado.

    El derecho a la memoria es equivalente al derecho a entender y elaborar el pasado. Se trata de la posibilidad de reconocimiento de la temporalidad humana como condición exitencial, pues la memoria es el ámbito en el que podemos rescatar el pasado como eje referencial de la vida. La memoria es, por lo tanto, un horizonte de sentido, fuente de respuestas y actitudes concretas frente a preguntas que inquietan al ser humano desde el fondo de su fuero interno: la incógnita de los orígenes, las identidades y las historias. Esa función orientadora aparece con claridad en la esfera de las relaciones sociales, en la de los vínculos que establecen entre sí los seres humanos. Allí la memoria contribuye en tres campos esenciales. En primer lugar, la reconstrucción del pasado es indispensable en sentido ético. Toda elaboración axiológica implica la dimensión temporal del juicio moral de cara hacia el pasado, ya como consideración de la experiencia práctica pretérita, ya como la reminiscencia de la norma, la ley o la escala de valores aceptada. En segunda instancia, la memoria posee también un sentido político al afianzar la conciencia de pertenencia a la comunidad y su historia compartida. Por último, la memoria es insoslayable en el campo de la justicia, pues del conocimiento de la verdad del delito, de su difusión pública y de la preservación del recuerdo de la víctima depende en alto grado que la impunidad no se prolongue indefinidamente en el tiempo. En este sentido, el derecho a la memoria trasciende los límites de la vida en términos biológicos y hace parte de los derechos que continúa teniendo el individuo despues de su muerte. Esto último se hace patente en el campo de las violaciones al derecho a la vida, porque la víctima, sus familiares, amigos y en general la sociedad poseen derechos que atañen al momento posterior a la muerte: el derecho a homenajear a la persona en el momento de su muerte de forma justa y digna (Antígona), el derecho al duelo y el derecho a ser objeto y sujeto de memoria, es decir, a recordar y a ser recordado. Por eso el Estado debe proteger los derechos que van más allá de la muerte física, y la justicia reparar el daño que contra ellos se ejerza.

    El derecho a la memoria es también un derecho colectivo, pues los pueblos y comunidades deben tener la opción de sembrar y conservar su memoria histórica. Más aún en la actualidad, cuando esta opción se presenta, ante los efectos más negativos de la globalización (los procesos que tienden a masificar y homogenizar las culturas locales a través del mercado) como una forma de resistencia y de búsqueda de caminos alternativos de desarrollo.




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