desaparecidos

Sin Marcos


Hijos






Durante los primeros 21 años de mi vida no puede salir de Argentina. Se debió a una razón legal, en Argentina las decisiones sobre los hijos son compartidas por los padres. Si un menor de edad tiene que ir al extranjero es necesario que los progenitores den su consentimiento o que lo haga acompañado por ambos, que es otra forma de consentimiento.

En caso de fallecimiento de un cónyuge la patria potestad le corresponde al superviviente que puede decidir sobre su hijo. Claro que este no era el caso, porque mi padre estaba desaparecido, no muerto.

El 24 de marzo de 1976 comenzaba un período negro en la Argentina, la institucionalización del espanto, el comienzo del Proceso para la Reorganización Nacional, llevado adelante por una junta compuesta por la cabeza de las tres fuerzas armadas, popularmente recordado como ‘el proceso'.

En esta etapa se llevó a cabo el perfeccionamiento de las técnicas de secuestro y tortura, que se transformaron en políticas de Estado. En Argentina desapareció una generación, una forma de ver el mundo. El plan normativo de la dictadura dejaría una huella profunda en la trama social del país.

El Estado torturador se quiso desentender de sus actos, es por eso que estimuló el desarrollo del sistema de desapariciones: Argentina aparentaba ser un país ‘normal', mientras los equipos paramilitares, disfrazados de civiles, se encargaban de llevar a cabo su selección caprichosa de víctimas tratando que el momento de su captura pasase desapercibido.

Me olvidaba de contar que yo cumplí mis 21 años en 1995, la democracia había vuelto hacía doce años a Argentina, pero formalmente algunas cosas no habían cambiado. Mi padre seguía estando ‘legalmente vivo', le llegaba propaganda de los partidos políticos, la dirección dónde tenía que ir a votar, etc. De muy buen grado le hubiese notificado estas novedades pero desde enero de 1977 no supimos mas de él.

Esto que parece un detalle menor es constitutivo en la realidad de nuestra gran tragedia Argentina. Todo el mundo sabe de ‘los desaparecidos', pero finalmente no tienen entidad real, todavía no tienen un lugar dentro de la sociedad Argentina. Por ejemplo: las salas de cine se llenaron en Buenos Aires con Schindler's list, todo el mundo se emocionó con las peripecias de los judíos tratando de sobrevivir en Train de vie y reímos y lloramos con Roberto Begnini en La vita e' bella. Por su parte Garage Olimpo, de Marco Bechis, un retrato de un campo de concentración made in Argentina, pasó por los cines argentinos sin demasiada repercusión. Esto me hace pensar que el programa de la dictadura en Argentina llevó a cabo parte de sus objetivos. Claro que podemos hablar de otros factores: mega campañas publicitarias de las distribuidoras de los films o, quizás del más importante a mi entender: la imposibilidad de enfrentar la realidad. Los crímenes del proceso, nuestro holocausto nacional, no sucedieron hace tanto tiempo. De alguna manera, por acción o inacción todos los argentinos tuvimos nuestro rol dentro de esta tragedia, todos tenemos que asimilarla como parte nuestra y lo más difícil de digerir es que el malo de la película es también argentino.

Durante la época del proceso los argentinos vivimos en una doble realidad: una país que intentaba colarse en ‘el primer mundo' y por el otro lado un laboratorio de la más sangrienta cacería humana. Esta casería tuvo una característica que la distinguió de otras, se trató de trabajar sobre la formación de la imagen de la realidad. Los secuestros, las torturas ocurrían mayoritariamente fuera del registro de los ciudadanos. Los fusilamientos eran escondidos, los cadáveres arrojados al río, al mar o sepultados en secretas fosas comunes. Entonces Argentina era el país donde ‘nada' pasaba, ‘nadie' era responsable de las desapariciones y, en la mayoría de los casos, no se volvió a tener noticias de los desaparecidos, lo que servía para mantener la farsa. En este sistema deforme las desapariciones debían ser denunciadas frente a los autores de las mismas, que cínicamente se comprometían a comenzar la búsqueda.

Un ejemplo de la doble realidad Argentina fue el mundial de fútbol de 1978, en un país lleno de desaparecidos (aunque suene a oximorón), el foco del mundo pudo ver poco y todos corrieron muy contentos tras una esfera de cuero.

Con la vuelta de la democracia en Argentina empezó un proceso de materialización de los desaparecidos. Durante la dictadura los desaparecidos habían desaparecido también como tema de conversación de ‘la calle'. Entonces estas historias comenzaron a ver la luz.

La primer oleada de información masiva vino acompañada del enigmático: ‘algo habrán hecho', que liberaba al resto de la población de cualquier responsabilidad. Claro que el tiempo y el conocimiento de los crímenes, robos y atrocidades fueron erosionando este discurso ya que el ‘algo' jamás podía servir de justificación de las violaciones de los derechos humanos producidas por el Estado de facto. También se generó otra corriente de gente que afirmaba: ‘no supe nada', quizás sea mas justo cambiarlo por un ‘no quise saber nada.'

Yo seguí encerrado en mi rutina, en mi doble vida en Argentina. Comencé a oír sobre el tema, pero me parecía algo muy lejano, algo que le había sucedido a otro.

De pequeño aprendí a ocultar parte de mi vida, a mentir para sobrevivir. Luego de la desaparición, mi padre pasó a ser un tema prohibido. Estábamos en peligro y éramos visto por algunos ‘amigos', que dejaron de visitarnos, como una fuente de peligro también. Entonces creamos sin proponérnoslo una mentira colectiva en la que mi padre estaba trabajando e iba a volver en el momento menos esperado. Esta fue la única manera de sobrevivir, no solamente de la bestialidad de la dictadura Argentina también del dolor de su ausencia. La desaparición de su cuerpo produce un dolor infinitamente más grande que el de una muerte, la incertidumbre impide el olvido. Era imposible cualquier proceso de duelo.

De mis primeros tres años de vida, los únicos que pasé junto a papá, tengo siete recuerdos con él que guardo como uno de mis tesoros mas preciados. Claro que con el tiempo no sé si éstas imágenes son reales o son imágenes que creó mi necesidad de tenerlo. De alguna manera este procedimiento no es tan extraño a las características de ‘el proceso.'

Cuando trato de recordar cómo sucedió todo, cómo viví en ese tiempo, me parece todo parte de una pesadilla. Es difícil comprender como pude estar mas de veinte años de mi vida en piloto automático. El proceso que dio paso a mi nueva relación con él fue lento y doloroso, no podría precisar cuándo comenzó. Quizás el mismo día en que se lo llevaron de mi vida para siempre. Es extraño pensar todo lo que sucedió como ‘un proceso', el término ya tiene demasiado que ver. Recuerdo cuando, de la biblioteca de mi padre, que estaba guardada, quizás escondida, en un armario, tomé aquel libro. Tenía entonces poco más de diez, quizás once años. El nombre me llevó a tomarlo. Había vuelto la democracia y en aquella época todo el mundo hablaba de ‘el proceso' y yo quería saber qué era. Años mas tarde, descubriría que se trataba de otro ‘proceso' que el de Kafka. Entonces, este libro, tomado por equivocación, marcó mis primeros años. Todavía recuerdo la lectura, la cantidad de palabras que no entendía y que volvía a leer. Leer palabra por palabra, tratando de recomponer con el contexto el significado total.

Y a través de este ‘proceso' ir recibiendo el marco que me permitiría comprender aquel otro, igual de absurdo. ¿Es posible que todo fuera tan literario? La biblioteca de mi padre ocupó su lugar en mi infancia. Me enseñó los valores y la forma de relacionarme con el mundo, la literatura siguió años ocupando este lugar y fue lo que finalmente desencadenó todo. Mis otros recuerdos de niño: mamá abrazándome junto a mis dos hermanas, todos llorando sin mencionar palabra, apretados, muy juntos. El sueño de los hombres entrando en la casa y yo inmóvil, escondido entre el techo de la repisa y el plafón, viendo todo, paralizado del terror. También el otro sueño, el del coche que regresa, el Renault 12 amarillo, lleno de dinero y de papá. La versión del padre que ‘esta trabajando', mentira sostenida con una complicidad que pretendía convertirla en realidad. También, recuerdo a mi compañero de banco, en las vísperas del día del padre, cuando tenía siete años, que me preguntó sobre papá y la mentira de siempre:‘esta trabajando'. Tendría que inventarse otra palabra para este tipo de mentira, mentira le queda equivocada, la mentira es para engañar al otro, con esto intentaba engañarme a mí mismo o quizás protegerme. Entonces, mi compañerito con ‘no es así, tu papá esta muerto' y la humedad de las lágrimas que se habían adelantado a la posibilidad de cualquier otra respuesta.

Después más años sin pensar en ‘eso', y de chico la instrucción de no hablar de ‘eso' y ‘eso' que dejó de existir y que siempre estuvo ahí, a la sombra de la biblioteca de papá. Recuerdo que con diez años me enteré que mi tía había estado afiliada a un partido político, el solo hecho de escuchar la palabra política me hizo prender las alarmas. De pequeño había aprendido a callar a enterrar. Siempre había vivido mi doble vida y la política, significaba peligro en mi manual de supervivencia. Y la angustia por mi tía, que estaba en peligro y los sueños entre el techo de la repisa y el plafón de nuevo y angustia como sólo puede sentir alguien con diez años.

Los años seguían pasando y del secundario a la universidad de medicina, iba a ser médico como él lo había sido. Con los años vería esta elección como un intento más de diálogo con mi padre ausente, así como mi búsqueda en su biblioteca. Trataba de descubrir algún mensaje encriptado, de sentir su vida, su presencia.

Y entonces el accidente de mi amigo Leo, el camión que casi le arranca la pierna y la sensación de que todo se puede terminar en un segundo, el sabor del absurdo y el abandono de medicina y el viaje a letras. ¿Quién podía entender lo que esta decisión significaba en mi sistema de pensamiento? Otra vez la sombra de la biblioteca de papá, un diálogo que había sido interrumpido.

Los estudiantes de letras eran otra raza distinta de los de medicina, se respiraba otro aire en la universidad. Así aprendí a hablar de política, a descascarar el muro de protección hasta demolerlo. Entonces la sed de saber, empezar a leer a cuestionar. Así llegué a Virginia, ella había vivido lo mismo. Al primer día de verla sentí que la conocía de toda la vida. Tomamos un café en avenida Rivadavia y nos contamos nuestras historias. Me sentía desdoblado, podía oír lo que estaba contando como si saliese de otra boca y repetía una historia que por primera vez se estructuraba en mi memoria y otra vez la literatura y la narración. Muchas postales y sensaciones que siempre habían coexistido comenzaban a relacionarse y a formar una historia, mi historia. Entonces construí el marco en el cual podría finalmente recibir a papá. Pero esto era solo formal, algo me impedía sentir, dar el último paso. Virginia me había contado que durante muchos años no había podido tener un orgasmo debido al trauma de la desaparición de su padre, que todavía estaba en terapia. Me parecía imposible encontrar una relación entre una cosa y la otra, hasta que noté que nunca me había enamorado. No podía enamorarme, no había lugar para el amor entre la repisa y el plafón, no había lugar para sentir, sentir era sufrir.

Y luchas internas entre mis dos realidades, la del secreto y la de la búsqueda. Y a veces que ganaba una y otras la otra. Fue así que sentí la necesidad de abandonar el país. El país me dolía demasiado. Todas las estructuras me obligaban a mantener mis mecanismos defensivos, necesitaba aire y distancia.

Y los días antes de partir y llorar. Llorar sin pronunciar palabras, sabiendo que viajaba a encontrarme con papá. Y las primeras semanas caminando por las calles de Leiden, y las tardes solo en mi departamento de Hogebuurt, llorando. Así fue que despedí a papá, le agradecí por sus libros y me sentí perdonado por mi inmovilidad, de mi inacción de tres años entre la repisa y el plafón, el día que de mi casa se lo llevaron para siempre.

Esta posibilidad de duelo cambió mi forma de vivir. Esta experiencia no era un punto de llegada, era todo lo contrario, un nuevo comienzo, una vida sin emociones adormecidas, sin secretos. Me sentí liberado de un peso increíble, el del silencio. Esta nueva manera de vivir no fue fácil, y a veces tampoco agradable, pero por fin me alejaba de las sombras que habían nublado mi vida. En mi segundo año fuera de Argentina me crucé por primera vez con una película de Marco Bechis, entonces vivía en Madrid. Tuve que salir de la sala corriendo. Era Garage Olimpo, un retrato de uno de los más famosos campos de concentración en Argentina durante la dictadura. En el segundo intento pude permanecer en la sala hasta el final pero me costó un gran esfuerzo no vomitar. Esta película, extremadamente fuerte, reponía en mi cabeza imágenes que hasta ese momento faltaban. Si bien muchas veces había tratado de imaginar la tortura, el cautiverio, las imágenes superaron todas mi barreras de protección. El horror de Garage Olimpo agregó más piezas al rompecabezas infernal que es la desaparición de mi padre. Lejos del morbo innecesario, la película muestra sin metáforas ni alegorías la brutalidad del proceso. Al tiempo compré el DVD, nunca me atreví a verlo, pero lo guardo con cuidado, lo siento como algo mío, es extraño, como si fuese parte de mi herencia familiar.

El tiempo y la casualidad quiso que llegue a Hijos, la ultima película de Marco Bechis, y que tuviese que escribir un artículo a partir de mi experiencia al verla. Este es un ejercicio muy intenso para mí, la relación habitual entre espectador y film está desbordada. Hijos, puso en imágenes muchas sensaciones que yo como hijo de desaparecido sentí. El verlas convertidas en movimiento me hizo reconocerlas y me confrontó con ellas.

Reconocí similitudes entre la búsqueda que realiza el protagonista de la película y la que yo mismo realicé al final de mi adolescencia. Él deja de ser Javier Ramos para convertirse en un hijo de desaparecidos, yo también tuve la sensación de haber tenido que cambiar de piel para poder vivir con mi pasado, de haber tenido que liberarme de un personaje para poder aceptar mi historia.

Mientras miraba la película, pensé que había tenido suerte: por lo menos me tocó crecer con mis hermanas y con mamá, este pensamiento me provocó risa, ¿cómo se puede hablar de suerte en este horror?

Hijos comienza con la imagen de un parto en cautiverio. Una mujer pare gemelos. La situación es infernal, ella puede salvar a uno. Es allí donde la realidad se divide. En la unificación de la realidad esta la tensión del film: Rosa, la que permaneció con su familia biológica, sin sus padres y sin su hermano, tendrá que hacer las veces de Virgilio y guiar a Javier por el infierno. Entre otras cosas, Javier descubrirá que fue despojado de toda su historia y familia, viviendo en una gran mentira, criado por miembros de la dictadura, cómplices de la tortura y muerte de sus padres.

Esta es otra de las formas de horror a la que nos tuvimos que enfrentar los hijos de desaparecidos, llevada hasta el punto más extremo de crueldad: niños apropiados por los asesinos de sus familias.

Existe en Hijos una tensión entre dos realidades: la de Javier Ramos y la del hijo de desaparecidos. Esta doble realidad es presentada con una clara demarcación territorial: Javier Ramos habla italiano, vive en Milano, en un paisaje gélido y deshabitado. Rosa actúa como la llave hacia la otra realidad, hacia el otro territorio. Entonces la quietud de la ficción que es la vida de Javier Ramos se verá progresivamente invadida por el sonidos de tambores que empiezan a filtrarse por las grietas de la farsa sostenida por sus secuestradores. La acción de Rosa producirá finalmente el derrumbamiento total de la mentira, entonces nos encontramos en el mundo del hijo de desaparecidos: el orden de las imágenes en Europa es reemplazado por el caos de Buenos Aires, el silencio, por la música de los tambores que se hace continua, el italiano deja paso al español del río de la plata. Los últimos rasgos de Javier Ramos se desintegran, dejándole lugar a una nueva identidad que es un signo de interrogación.

En todo este movimiento hubo un reflejo de Javier que me impactó. Luego de enterarse de lo que les había sucedido a sus verdaderos padres alucina, en un estado de desesperación, el reencuentro con estos padres ausentes, a los que imagina jóvenes, detenidos en el tiempo. Reconocí este reflejo como algo de mi pasado, como la mentira de mi padre que estaba eternamente trabajando. Una manera de sobrevivir al horror. Esta construcción se destruye rápidamente y Javier, destrozado, regresa con sus falsos padres, intenta buscar refugio en la estructura ficcional en la que siempre vivió pero que ahora está vacía de significados, no funciona más. Y allí es cuando Javier Ramos muere y nace el hijo de desaparecidos. Un cambio gigantesco que le cierra para siempre la puerta de su realidad anterior. ¿Cómo se puede negar la verdad una vez que se conoce? A veces me parece increíble que durante tantos años pude adormecer mis sensaciones sobre la desaparición de mi padre. Creo que ahora sería imposible tratar de meterme en una de las rutinas que con anterioridad me servían. Jamás podré volver atrás de esta toma de conciencia, de asumir quién realmente soy. Ya no puedo pensar que esas cosas le pasaron a otro, ya no puedo no pensar en ‘eso'.

En plena búsqueda Javier le pregunta a Rosa qué siente por sus padres desaparecidos, ella responde que no los sabe, y agrega: ‘¿cómo se puede amar a quién no se conoce?'.

Esta frase me dolió profundamente y me dejó ver otra cara de la monstruosidad del crimen de la dictadura: nos negaron la posibilidad de conocer a nuestros padres, de establecer un vínculo de continuidad con nuestra historia, de amarlos plenamente. Entonces comencé a recordar todos los movimientos que realicé en mi vida para conectarme con papá, para conocerlo, para poder quererlo. Me vi buscando en sus gustos (que alguien me había referido), sus lecturas (que adivinaba en su biblioteca), sus estudios (intentando amar la medicina como creí que él la amó), en ningún lado lo encontré completamente y eso me duele aún. Jamás podré conocer sus manías, sus malos humores y sus chistes, jamás podremos pelear por nuestros desacuerdos, nunca le voy a poder mostrar mis hijos, éstas y otro miles de cosas también me fueron robadas. Tengo una imagen de mi padre mítica, que es la que recuerdo. Durante los primeras años en que comencé mi búsqueda estuve deseoso de honrar su memoria, de que se reconozcan su muerte absurda y sus ideales, que sirva de ejemplo para que éstas atrocidades no ocurran más. Finalmente, después de mucho tiempo, siento que hay también lugar para el dolor del hijo que extraña a su padre, que se lamenta por todo lo que podrían haber hecho juntos, aunque suene egoísta. No creo que esto vacié su muerte de su significado político pero me permite, de alguna manera, recuperarlo como padre.

Papá, no sé si te llego a comprender o si alguna vez lo haré, pero estoy orgulloso de vos y quiero que todo el mundo lo sepa. Sé que te quiero, más allá de toda lógica. Ya nos robaron demasiado, no voy a permitir que me quiten también la posibilidad de aprender a quererte, de sentir que te tengo. Te dedico este mapa de nuestra relación, es tuyo, aunque nunca tengas la posibilidad de leerlo,

Te ama, tu hijo.

Gerardo Salinas
hijo de Rubén Salinas





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