Testimonios de sobrevivientes

Informe de fusilamientos en el UP 1 - Córdoba, Marzo de 1977

 
 


Gustavo Tissera (pabellón 8)


Todos éramos presos a disposición de la justicia federal y del PEN. En mi caso particular, llevaba tres años detenido. Algunos sólo estaban a disposición del PEN pues el juez no tenía elementos para acusarlos (caso Claudio Zorrilla).

En los primeros días de abril del 76, el ejército toma bajo su custodia todos los presos políticos alojados en la UP1. A partir de entonces, con la complicidad y la cobardía de los jueces y autoridades del Servicio Penitenciario, pasamos a ser los "DT" de Menéndez, en cualquier cárcel del país y en todos los años siguientes.

A partir del golpe somos encerrados en celdas y se nos priva de visitas, diarios, radios, libros, etc. La requisa nos retira todas las pertenencias personales, dejándonos lo puesto y una frazada.

Los militares comienzan a entrar a los pabellones y nos dan palizas tras palizas. Eduardo Bartoli es llevado a Informaciones y lo matan aplicándole la ley de fuga, junto a María Eugenia Irazusta y Hugo Chiavaroni, que se encontraban detenidos en esa dependencia policial, el 30 de abril de 1976.

Recuerdo al general Sasiaiñ entrando en una celda y pateando los platos de caldo que teníamos por toda comida. Nos pone contra la pared y dice: "Les vengo a comunicar que todos ustedes están condenados a muerte. Pero no se pongan contentos, pues morirán uno a uno muy lentamente, de manera que se arrepientan de haber nacido". Le pega una trompada al que tenía más cerca y se retira. A partir de ese momento la comida se hace más escasa y las palizas más seguidas. La ley de fuga se empieza a aplicar sistemáticamente. A Eduardo De Breuil se le hace presenciar el fusilamiento de su hermano Gustavo, de Toranzo y de Vaca Narvaja. Se lo vuelve a la cárcel con el mensaje del general Menéndez de que: por cada oficial muerto, moriríamos tantos presos y así por cada suboficial, cada soldado y cada civil colaborador de ellos, siendo este último el más "barato", y que nos contara todo lo que le habían hecho ver.

Los presos comunes

No podían acercarse a nosotros, pero lo mismo se la arreglaban para hacernos llegar mensajes de nuestros familiares, como también tabaco y cosas por el estilo. Una muestra de esa solidaridad fue el día en que, para el Día del Niño, organizaron una chocolatada para todos sus hijos, pero compraron el doble de lo que necesitaban y así el sobrante nos lo hicieron llegar por medio de "palomas".

Un día, los presos comunes se negaron a salir a trabajar a los distintos talleres. Argumentaron que nuestros gritos de dolor no los dejaban dormir por la noche y que esos mismos gritos en los días de visita espantaban a sus familiares. Gracias a ellos, no se nos golpeó nunca más por la noche ni en día de visita. Estas actitudes nobles y solidarias a más de uno de ellos les costó la vida al recuperar su libertad.


La Iglesia

El capellán de la cárcel durante los nueve meses de terror nunca se acercó a nosotros. Pero tengo entendido que mantuvo informado a nuestros familiares de lo que pasaba adentro. En una oportunidad otro capellán, uno del Ejército, vino a ofrecernos los servicios de confesión y comunión. Al ver que nuestra confesión era denunciarle la tortura y el exterminio a que estábamos siendo sometidos, rojo de bronca y odio se retiró amenazándonos con un "ya van a ver". Cinco minutos después entraron sus compañeros de arma a molernos a golpes.

Arriesgando la vida de presos comunes, de nuestros familiares y la nuestra, sacamos un documento escrito en papel higiénico (único papel disponible) dirigido a Primatesta. En él solamente le informábamos lo que estaba sucediendo, pero monseñor se negó a recibirlo.



Los familiares

A nuestros seres queridos les debemos todo. Nunca nos abandonaron. Día tras día iban a la puerta del penal, a pesar de que sólo recibían vejaciones, insultos y burlas.

Cuando la Comisión de Derechos Humanos de la OEA vino a Córdoba, el Ejército secuestró a muchos de nuestros familiares para que no pudieran denunciar nuestra situación. Recién fueron liberados en la plaza San Martín, una vez que la comisión se había ido.



Nuestra actitud

La nuestra fue de una resistencia pasiva. Habíamos recibido de nuestro partido la directiva de sobrevivir. En ningún momento nos revelamos pues eso era lo que ellos buscaban para masacrarnos a su gusto y placer.

Yo estaba en el pabellón 8, en la misma celda que Moukarsel y Ceballos. La actitud de todos fue muy digna. A pesar del hambre, el frío, las palizas y la muerte, nuestra moral y amor a la vida nunca se resquebrajaron. Nosotros sabíamos que el tiempo corría a nuestro favor; tal es así que al irnos a dormir decíamos :"Menéndez, te ganamos un día más".



Las actividades

Entre paliza y paliza realizábamos cursos, teatro y concursos de moretones. Los mismos guardiacárceles no podían entender como nuestro ánimo no decaía y siempre teníamos un motivo para reír.



Quienes éramos

Eramos todos luchadores populares, de distintas tendencias políticas, pero todos queríamos una Argentina más justa y soberana, con igualdad de oportunidades para todos; con hospitales y escuelas públicas dignas; queríamos una Argentina sin niños en la calle; una Argentina sin corrupción, con trabajo para todos. Una Argentina que aún es posible.




Manuel Cannizzo (pabellón 6). 


"Una represión militar planificada"

La juventud de las décadas de los '60 y '70, entrecruzó su historia con un conjunto amplio de sectores sociales, dejando de ser un fenónemo sólo generacional. Forjar proyectos colectivos era pensar futuros más justos y solidarios. Era construir una identidad desde la reivindicación de todo lo negado, de todo lo destruido, de todo lo perseguido, de todo lo ocultado. Era enraizarse en todo lo que el pueblo había mantenido protegido desde lo subyacente, ante unas clases dominantes ávidas de exterminar todo aquello que impugnase su posición hegemónica en el país. Y los jóvenes nos nutrimos de las distintas vertientes populares y nacionales, para buscar síntesis en la lucha. La lucha por la justicia, la acción comprometida e integral, los proyectos colectivos y solidarios, son los rasgos que el maquillaje actual quiere ocultar vergonzosamente.

En esos años se puso en discusión el poder dominante, mientras se procuraba construir otro poder que pudiese minarlo, contrarrestarlo, para generar en nuestro país una transformación profunda de sus condiciones opresivas.

Quienes fuimos detenidos por las fuerzas represivas en aquellos años, sabíamos por qué estaba sucediendo eso, sabíamos donde estaban nuestros corazones, cuerpos y espíritus. …ramos hijos del pueblo. No nos sentimos víctimas en el sentido de dónde estábamos situados, pero sí agredidos ilimitadamente por estar dónde estábamos. Las mismas fuerzas represivas crearon esas infames categorías, según las cuales unos quedarían como presos en cárceles, otros exiliados (en el mismo país o debiendo huir del mismo) y miles y miles en esa aberrante condición de detenidos-desaparecidos. Y el país fue preso del silencio y la soledad; país que se fragmentó y estalló en mil pedazos, en beneficio de grupos cada vez más concentrados y dueños del poder, de los recursos y del futuro de todos.

El 10 de abril de 1976 se da la entrada de los fuerzas militares en los pabellones de la cárcel de Córdoba donde estábamos los presos políticos. Todo comenzó con una requisa con palizas y gomazos a mansalva. Eran órdenes de Menéndez y Sasiaiñ, que adoptaron una política de concentración de presos políticos en la U.P.1, dejando en Encausados sólo a algunos funcionarios del gobierno peronista. Los presos políticos estábamos alojados en los pabellones 6 y 8. Cuando se masifican las detenciones son ocupados también los pabellones 9 y 10. En el pabellón 14 estaban las mujeres. 

En su política de aislamiento los militares comenzaron cortando toda comunicación con el exterior, siguieron quitándonos todos los "beneficios" (hacer la limpieza, la comida, trabajos manuales), nos separaron absolutamente de todo contacto con los presos comunes y fue restringida la relación con los guardiacárceles encargados directos de los pabellones. La ubicación en los distintos pabellones también era una forma de aislarnos y romper la comunicación y la solidaridad. Los más "peligrosos" para ellos estaban en los pabellones 8 y 6. El resto en los pabellones 9 y 10. De hecho todos los compañeros y compañeras que fueron sacados para el fusilamiento estaban alojados en los pabellones 8, 6 y 14. La represión no era obra de locos. Respondía a una lógica militar planificada: golpear todo tipo de organización que pudiese mantenerse entre los presos, y a cada potencial nivel de integración en la misma (desde supuestos "responsables" hasta "adherentes" a determinada organización). El objetivo era uno: generalizar el terror y profundizar posible conflictos. Nadie podía ni debía sentirse "a salvo". De este modo también buscaban abrir opciones de "colaboración" mostrando pabellones "menos expuestos".



Liliana Salvador (pabellón 14). 


La cadena no se rompió

Hablar de aquellos años no es fácil porque se mezclan una serie de sentimientos contradictorios (amor, odio, impotencia). Contar algo de aquella época también es difícil porque las situaciones vividas allí dentro fueron múltiples y no alcanzaría un libro para poder describir lo que fue nuestra vida.

Yo voy a tomar un aspecto que a mi me marcó y siempre lo tengo presente de aquellos años terribles, atroces, y que fue el momento en que los militares entraron en las cárceles. Ellos buscaron miles de formas físicas y psicológicas para destruirnos como seres humanos, como mujer, como, madre. Así trataron de quebrarnos, de que nos arrastráramos como víboras, suplicando, implorando. Pero no lo lograron.

Se encontraron con un grupo de mujeres fuertes como una cadena. Yo era consciente de que si alguna de nosotras aflojaba, y esta cadena de cortaba, iba a quedar "el tendal".

La solidaridad, nuestra unidad, nuestra fortaleza, estaba en pequeñas cosas, a través de ese silencio eterno, en donde una sentía la presencia de la otra; con miradas fugaces donde se sentía el apoyo de la compañera.!Tanto miedo reprimido! Y era guardado muy adentro nuestro, para no comunicar, transmitir, gritar ese miedo.

Los militares quisieron humillarnos, convertirnos en seres no pensantes, anularnos como persona pero ningún eslabón de la cadena se cortó, pese a que hubo muchas situaciones límite, como cuando nos sacaron a todas al patio para un simulacro de fusilamiento. Nos hicieron desnudar custodiadas por una fila de soldados equipados para el combate y armados hasta los dientes, escuchando el llanto de nuestros hijos de uno o dos años, retenidos por las celadoras. Allí desnudas, indefensas, con la compañía de un Sol tenue, de una mañana fresca, de alguna gota de sangre, del latido fuerte del corazón, del temblor de nuestro cuerpo, permanecimos quietas, sabiendo que en esa cadena no se tenía que romper ningún eslabón . Porque si alguna se movía o corría, ida a dar la excusa ideal para el fusilamiento. El silencio era nuestra palabra de aliento, que se reflejó y estuvo presente en todo momento.

Cuando tomábamos conciencia que alguna compañera no la sacaban para llevarla al juzgado, sino para fusilarla, toda la tristeza, la angustia fue dejada de lado para mirarnos en silencio y pensar que todavía estábamos vivas, que teníamos que sobrevivir como el orgullo más grande de ese infierno, donde cada una significó para la otra una pieza fundamental de apoyo, para que no nos destruyeran. Ese fue nuestro triunfo! Mirar hacia delante y que la muerte de cada compañera significara aferrarse a la vida con fuerza, con la promesa en silencio... y en silencio se fueron Tati, Turca, Marta, Diana, Liliana, Martita.


 

Indice del Informe