El Rosario de Galtieri y Feced
por Carlos del Frade
Capítulo 4
El Servicio de Informaciones
Lo Fiego
El 10 de diciembre de 1998, el
entonces comisario principal José Rubén Lo Fiego, fue puesto a disponibilidad
por la resolución 879 del gobierno provincial.
Imputado de 68 delitos de lesa humanidad y principal torturador del Servicio de
Informaciones de la Unidad Regional II, entre 1976 y 1979, el “Ciego” o “Mengele”,
habló en tres ocasiones con este cronista entre setiembre y diciembre de 1997 en
su despacho del área Logística, en el subsuelo de la Jefatura de Policía, justo
en la ochava de Santa Fe y Moreno.
A fines de 1999, luego de conocida la lista del juez español Baltasar Garzón, Lo
Fiego se mostró en el bar de la esquina de su casa.
No está arrepentido de nada y sus diálogos con los periodistas apuntan a
relativizar su siniestra historia personal. Lo que sigue es un resumen de
aquellos encuentros.
-Vamos a ahorrarnos algunas cosas. Se quien es usted. ¿Dónde están los cuerpos
de los desaparecidos y qué hicieron con los chicos nacidos en cautiverio?- fue
la pregunta que sintetizó la primera entrevista.
-No se nada de eso -contestó Lo Fiego en su despacho adornado con el equipo de
Central ganador de la Conmebol de 1995.
-Me gustaría saber quiénes fueron los apoyos políticos y económicos que los
manejaban a ustedes.
-No se consiguió todo a través de la tortura. Acá mucha gente jugaba al
superagente y en todos lados había un terrorista.
Colaboracionismo. Hubo mucho colaboracionismo. Trate de grabar esa palabra en su
memoria. Más allá de lo que usted piensa. Lo peor de todo es la conspiración de
los idiotas -dice en referencia de otros oficiales de la policía.
Había una presión insoportable de parte del comando. La formación la obtuve por
las mías. Ahora hay una cultura light.
Acepto la tortura, pero no el robo ni la droga -admitió el 9 de diciembre de
1997, en comparación con otros policías.
Tampoco soy un matasiete -agregó ese día mientras tomaba mate haciendo alusión a
una palabra que surgió en la literatura nacional en “El Matadero”, el cuento de
Esteban Echeverría en el que denunciaba las atrocidades de la policía rosista,
“la mazorca”.
-Acá faltan muchos nombres de militares y policías que actuaron durante el
terrorismo de estado. Feced hablaba de tres mil integrantes de lo que llamaba la
comunidad informativa Rosario.
-Mientras yo hacía lo que hacía, ¿usted cree que alguien me lo recriminó?
Incluso oficiales de mayor rango, como por ejemplo Ibarra que ahora está en
Informaciones -se refería al entonces comisario inspector Ramón Telmo “Rommel”
Alcides Ibarra, otro de los exonerados de la fuerza bajo la administración Obeid
- Rosúa -.
Y yo no tuve ni cinco brazos ni cinco piernas. Si uno se descuida lo culpan
hasta de la muerte de Gardel. Me han rechazado todos los testigos. El juez
federal que me tomó declaración fue el mismo al que le presentaba mis
investigaciones -argumenta para relativizar su participación en el infierno del
servicio de informaciones. Aquella mañana Lo Fiego hacía mención al doctor Jaime
Belfer, actual camarista federal de Rosario.
Si me sacan a mi es como sacar una falange. El resto sigue igual. En 1975 llegué
a formar parte del entonces ministro de Gobierno de Santa Fe, Roberto Rosúa
-advertía el 18 de noviembre de aquel año.
-¿Por qué torturaba?
-Usted tiene que entender cómo se vivía en los años setenta. No hay por qué
individuales. A nuestra manera también nosotros queríamos salvar el mundo. Pero
también a nosotros nos usaron. Usted dirá que es una visión extremadamente
marxista el creer que estamos supeditados a una historia, pero es así.
Me contó mi hermano que vive en Alemania que un sociólogo alemán no pudo acceder
a documentos del nazismo porque no le conviene a nadie.
Yo no soy Scilingo. Ese es un farabute. Ni tampoco Etchecolatz que en 1987 cantó
como si fuera una calandria. Hay que tener una conducta.
-En esta ciudad fueron torturados y desaparecidos decenas de adolescentes. No me
quiera vender la teoría de los dos demonios.
-Perdí mi novia porque me acusaba de no hacer nada cuando mataron a la hija de
un militar. No pude tener hijos por toda esta historia.
-¿Había internas entre la policía y la clase empresarial rosarina.
-En un allanamiento que me ordenaron llegué a la casa de un oficial de
policía...Pasaron muchas cosas. Ahora acá se está viviendo algo semejante a lo
que sucedió en la Alemania post nazi. Pero para saber la verdad histórica hay
que irse a principios de los años sesenta. A Rosario vino el comisario Villar,
de la policía Federal, para hablar sobre los métodos antiterroristas, de
militares que copiaron los métodos de los franceses en Argelia, como el general
Rosas o Sánchez Bustamante.
-¿Por qué quiere hacer creer que no hizo todo lo que fue demostrado en la causa
47.913?.
-En diciembre de 1979 me tocó investigar el robo de los adicionales para la
fuerza. Fue en tesorería. Acá al lado, dentro de la Jefatura. Tuve problemas
dentro de la fuerza porque nunca arreglé ni con el dinero ni con la droga. Todo
empezó cuando me metí con los que robaban automotores.
Usted se va a reir, pero no quiero volver a ponerme el uniforme de policía.
Antes había otro espíritu en la policía.
Yo peleaba por un sistema neoliberal europeo que prometían los militares. Voy a
llevar mi caso a la justicia por censura a la libertad de prensa. Mi intención
es lavar mi nombre.
Un asesino ideológico
Lo Fiego nació el 9 de mayo de 1949. Cursó sus estudios primarios y secundarios
en el tradicional Colegio Sagrado Corazón. Su padre era militante de la Unión
Cívica Radical Intransigente y él, en 1966, hizo lo imposible por hablar con
Ernesto Sábato cuando vino a Rosario.
El 31 de enero de 1972 ingresó como suboficial subayudante al Comando
Radioeléctrico. Luego pasó por la comisaría 17°, seguridad personal y en abril
de 1976, ya como oficial auxiliar, comenzó a formar parte del numerario del
Servicio de Informaciones.
Tres de sus ex compañeros del Sagrado Corazón hoy están desaparecidos: Ernesto
Víctor Traverso, Fernando Belizán y Francisco Iturraspe. “Era muy católico, muy
torturado. Era un inútil con el cuerpo. Lo volvían loco. Eso si, tenía una
memoria increíble”, recordó uno de sus ex compañeros durante los doce años del
Sagrado. También contó que uno de los primos de Lo Fiego que cayó preso fue
sometido a distintas sesiones de picana por el mismísimo Mengele. “Seguís siendo
el mismo boludo de siempre”, le decía Miguel, el torturado, a su primo, el mayor
torturador del Servicio de Informaciones.
Detenido el 31 de agosto de 1984 por secuestro, tortura y desaparición de
personas, fue desprocesado el 22 de junio de 1987 por la ley de obediencia
debida, la 23.521, del alfonsinismo.
Mientras tanto, la democracia santafesina lo ascendió hasta el cargo de
comisario principal.
El Ciego realizó traslados, inhumaciones, fusilamientos y operativos varios,
pero se ufana de no haber cometido robos. También dijo haber descubierto a los
asesinos de Kennedy y ser un experto en delitos económicos.
Durante aquellos años del terrorismo de estado, experimentaba la resistencia del
cuerpo humano a las torturas. Llegó a decirle a Feced que las mujeres tenían una
mayor fortaleza que los varones.
Una sobreviviente del Servicio de Informaciones describió la “locura que tenían
Lo Fiego y los otros por no poder sacarle nada a la Piky, el apodo de María
Concepción García del Villa Tapia, que hoy vive en España”. Fue entonces que se
le ocurrió la idea.
“Traigan a los chicos”, dijo Lo Fiego. Eran los cuatro hijos de María y los dos
de Jaime Dri, el protagonista de “Recuerdo de la Muerte”.
La chiquita de diez años respondió:
-Yo no vivo en ninguna parte.
-¿Vio comandante? Es una cuestión de familia -comentó Lo Fiego a Feced en
referencia al linaje subversivo.
Escondido en su casa de Mendoza y Paraguay, Lo Fiego es la síntesis del
reciclaje de la mano dura durante la transición democrática, una muestra de la
impunidad argentina.
La santa protección: Mario "el cura" Marcote
La doctora Este Andrea Hernández sostuvo el 13 de febrero de 1987 que "pese la
negativa de las imputaciones por parte del señor Marcote, median graves,
precisos y concordantes indicios o datos que se reputan como suficientes para
creerle responsable de los ilícitos que se le atribuyen". Ordenaba "convertir la
detención que viene sufriendo Mario Marcote en prisión preventiva rigurosa".
Marcote había solicitado la baja de la policía el 2 de diciembre de 1980.
Ingresó al Instituto de Servicios Sociales Bancarios ese mismo día y terminó su
trabajo el 2 de marzo de 1984.
Nunca tuvo mayores problemas para conseguir empleo.
Cuando este cronista informó que estaba cumpliendo funciones como celador casero
del Colegio de la Santa Unión de los Sagrados Corazones, dependiente del
arzobispado rosarino, se decidió despedirlo e indemnizarlo. Tres meses después
estaba, en una de las ciudades con mayor índice de desocupación del país,
empleado como portero en el garaje de la empresa Cirsa, en España y 3 de Febrero
de la ciudad de Rosario.
Nació el 1º de diciembre de 1949. Hijo de Raúl Enrique y de Irma Magdalena
Carignano. Perito mercantil y soltero hasta febrero de 1987.
A diferencia de Lo Fiego, Marcote no presenta antecedentes judiciales y
policiales en el legajo personal. Llegó a ser oficial ayudante en el área
Seguridad Personal. A mediados de 1976 ingresó en el "plantel" del Servicio de
Informaciones.
Estaba imputado de haber participado del fusilamiento de Angel Florindo Ruani y
de Gustavo Mechetti.
Producía las fichas de los detenidos. Llevaba el libro de entradas y salidas.
Sus camaradas eran José Lo Fiego, Carlos Ulpiano "Caramelo" Altamirano y Nast.
Transportaba muebles y otros enseres, como diría Feced, de los domicilios
usurpados por las fuerzas de tareas. De allí que haya confesado que "hacía la
cobranza para la mueblería Vignati, ubicada en Mendoza y Gutenberg".
Trasladaba a los detenidos con rumbo desconocido. También lo hacía con las
mujeres. Varias veces fue a Devoto, Coronda y Trelew. No solamente las
acompañaba sino que también las interrogaba.
En las sesiones de tortura se le observaba con un escapulario.
Durante las declaraciones testimoniales que brindó primero ante la justicia
militar y después frente a los tribunales federales de Rosario, negó haber
presenciado torturas. En diálogo con este cronista sostuvo que "yo quise
humanizar la tortura".
"Nadie sacaba a los detenidos de allí. Las dependencias se inundaban", le dijo
Marcote a la justicia.
Reconoció que "el Servicio de Informaciones ha hecho detenciones, yendo a los
domicilios de los detenidos y labrando un acta. Que no sabe donde pueden estar
esas actas que no recuerda haber hecho detenciones o participando en ellas".
Según él, los detenidos tenían televisión y radio.
Describió su trabajo diciendo que "éramos Sandoz, Lo Fiego y yo...yo lo sentaba
delante mío (al detenido), yo escribiendo a máquina y le descubría la vista, lo
que yo consideraba que no podía ver del lugar, se lo tapaba".
Tenía una relación estrecha con Lo Fiego: "a raíz del pase del oficial Lo Fiego
a la división Informaciones lo solicita al dicente para que vaya a trabajar a
esa misma división. Al principio respondo a las órdenes del oficial Seichuk,
luego de Guzmán. No recibió entrenamiento especial...A pedido de la superioridad
se averiguaba tal o cual cosa y se pasaba el informe", declaró el 22 de febrero
de 1984.
Sostuvo que existía un personal rotativo en el Servicio de Informaciones, entre
10 a 15 personas. Indicó que "Feced solía ir al Servicio de Informaciones. El
vivía en la Jefatura".
A pesar de haber sido reconocido por varios detenidos como torturado contumaz,
el 22 de junio de 1987 fue desprocesado.
Allí empezaría otra historia.
Marzo de 1995
Nariz aguileña, ojos pequeños, anteojos con patillas de metal, cabello corto,
muy delgado, camisa azul, portafolios marrón y un destornillador entre los
bolígrafos que luce en el bolsillo de la casaca. Mario Alfredo Marcote parece un
tipo normal.
Trabaja como celador en el Colegio de la Santa Unión de los Sagrados Corazones
donde también funciona el Instituto Virgen del Rosario, dependiente del
arzobispado rosarino, en Salta entre Callao y Ovidio Lagos.
Su rutina diaria incluye bajar a tomar servicio entre las 15.30 y las 16.
Decenas de adolescentes lo cruzan en forma cotidiana.
Casi dos décadas atrás Marcote torturaba, violaba y cargaba el "botín de guerra"
de las casas de los secuestrados en su Citroen azul. Le llamaban "el cura", por
sus permanentes citas bíblicas.
"Yo quise humanizar la tortura", le dijo a este cronista
Asegura que está escribiendo un libro titulado "La Corporación" donde resume su
experiencia como integrante de la banda que estaba a cargo de Agustín Feced en
el "pozo" de la Jefatura de Policía de Rosario. Tiene miedo de hablar por la
suerte que pueden correr sus familiares. Estuvo detenido en 1984 hasta que lo
alcanzó el beneficio de la ley de obediencia debida.
"Los que me detuvieron eran los mismos con los que yo trabajaba", dijo Marcote
con plena conciencia de haber sido usado.
Está convencido de la existencia de un pacto de silencio en la provincia de
Santa Fe que protege a altos funcionarios actuales de la policía, a la que
califica como "mucho peor que la de Buenos Aires". A pesar de la resonancia del
caso del capitán de corberta Adolfo Scilingo, Marcote no quiso brindar más
detalles sobre su actuación y prefiere, por el momento, consultar con su
abogado.
Aunque su apariencia sea normal, su mirada no lo es. Rodeado de imágenes del
papa Juan Pablo II y de frases evangélicas, Marcote recibió a este periodista en
la sala del asesor jurídico del establecimiento católico.
El diálogo que sigue es el resultado de dos encuentros mantenidos "el Cura". En
varias ocasiones eligió el silencio y el desafío de mantener fija la mirada. Es
un hombre que aparenta tranquilidad. Sus víctimas sobrevivientes lo califican
como "cínico" y de hábitos sigilosos "cuando se quedaba en la puerta del cuarto
que llamaban la favela, en el sótano de la Jefatura, escuchando lo que
hablábamos entre los presos".
Dicen que era empleado de "La Buena Vista" y que luego se sumó a las bandas que
asolaron las calles rosarinas a partir de la dictadura. Algunas de ellas habían
empezado a operar después de la muerte de Perón, las que conformaban las
estructuras de la Triple A.
Le importó muy poco hablar sobre los recuerdos de la muerte.
--Vengo a hablar sobre su actuación durante la dictadura...
--Ustedes no me trataron bien.
--Usted no trató bien a mucha gente.
--Lo que pasa es que se dijeron muchas cosas de mi y no se bien con qué
intereses. No era la verdad. Pero desde que empezó la democracia no la pasé nada
bien. Perdí el trabajo y estuve detenido.
--Usted torturó y violó personas en el pozo de la Jefatura de Policía.
--Yo ya estuve detenido y pagué las culpas. Desde el 83 la pasé muy mal. Y yo
tengo familia...Perdí mi puesto y después no me reincorporaron a la fuerza.
Además yo era civil. No se por qué quedé afuera.
--¿Pero no quedó libre de culpa a partir de la ley de obediencia debida?
--Si, pero a mi no me reincorporaron. Yo me fui de la policía en 1980 y fui
detenido en 1984. Pero después cuando volví a quedar en libertad no me
retomaron. La policía de Santa Fe es algo muy especial.
--Otros quedaron, como Lofiego, Moore e Ibarra. Eran los jefes de entonces.
--Si...Pero eso no tiene nada que ver con mi situación...
--¿Se siente usado?
--A veces pienso eso... Los que me detuvieron eran los mismos con los que yo
había trabajado. Los mismos con que recorría las calles.
--¿Por qué no se anima a hablar de todo y decir su verdad, como lo hizo Scilingo?
--Porque la provincia de Buenos Aires es distinta a la provincia de Santa Fe.
Acá las cosas son muy diferentes.
--¿Lo dice por la policía?
--Si.
--¿Tiene miedo que le hagan algo en caso de llegar a hablar?.
--Si...Tengo familia. Usted no sabe lo que es la policía en la provincia de
Santa Fe. Es una verdadera corporación. Yo estoy escribiendo un libro sobre todo
lo que pasó. Se llama "La Corporación".
--¿Acá también hay un pacto de silencio?
--Si. No le quepa dudas...
--¿Siente arrepentimiento?
--Si estoy escribiendo un libro es porque a veces me siento muy mal. Pero no
creo que lo publique ni que lo de a conocer. Tendría que hablar primero con mi
abogado. Seguramente se conocerá después que me muera. Si no tuviera familia a
cargo ya hubiera hablado. Tengo mucha necesidad de contar las cosas que viví,
pero ya le dije que tengo una familia que depende de mi.
--¿Qué sentía cuando torturaba?
--Yo recibía órdenes...Lo que pasa es que cuando uno está en una época de
represión muy grande como eran esos años, uno no se puede poner en contra.
Entonces hay que meterse para tratar de cambiar la cosa desde adentro...Eso es
lo que hice yo.
--No se qué quiere decir con eso...
--Yo quería corregir algunas cosas...Si usted le pregunta a alguno de los que
estuvieron ahí le van a decir que yo fui el que mejor los trataba. Gracias a mi
muchos salvaron la vida. Ustede no sabe lo que era aquello. Yo traté de
humanizar la tortura. Yo no pensaba lo que nos decía Feced antes de salir
durante las noches. El nos decía "encuentren a un guerrillero, y si no lo
encuentran, invéntenlo, pero tráiganlo". Creo que hice las cosas lo mejor que
pude.
--¿Está arrepentido de lo que hizo?
--Le repito. Hice las cosas lo mejor que pude. Quizás me equivoqué algunas
veces.
--¿Usted entró en la casa de Santiago 2815?
--¿Donde vivía el matrimonio de ciegos?...
--Si.
--No. Ese trabajo lo hizo otro grupo. No lo hizo la policía. Me parece que fue
entre el ejército y la gendarmería, no se, no me acuerdo bien.
--Había problemas entre las diferentes bandas...
--No se lo que quiere decir...
--Que había competencia entre los que actuaban en el área de Rosario, entre las
bandas que estaban en La Calamita con los de Jefatura, por ejemplo...
--No se nada de eso. No se de qué me habla.
Siguió acomodando sus cosas antes de instalarse en el escritorio que tiene
asignado en el colegio que depende del arzobispado y dijo que "por ahora no hay
nada", con referencia a una entrevista a fondo. Se quedó pensando y dejó de
hablar con el cronista. Los adolescentes seguían llegando para dar examen.
La denuncia periodística más el repudio de los padres de los alumnos de la
“Santa Unión”, sumados a la movilización de los organismos de derechos humanos,
produjeron la cesantía de Marcote.
Sin embargo, en 1997, Marcote se ofrecía como vigilante privado y uno de los
promotores de una agencia de seguridad rosarina, “BA”.
Marcote sigue caminando libremente por las calles de la ciudad.
El sótano de la muerte
Dieciséis años después de la recuperación de la democracia, el Servicio de
Informaciones de la Unidad Regional II, ubicado en la ochava de San Lorenzo y
Dorrego, fue visitado por una comitiva de periodistas y fotógrafos, en noviembre
de 1999.
Entre los años 1976 y 1979 funcionó allí el principal centro clandestino de
detención del terrorismo de estado en la ciudad de Rosario.
Pasaron alrededor de 1.800 personas, de las cuales 350 se encuentra
desaparecidas.
Allí se torturaba, violaba, se acopiaba información, se elaboraban mapas
barrialres y se escribían, todos los días, informes por triplicado que partían a
la Jefatura de Policía de la provincia y al Comando del II Cuerpo de Ejército.
La decisión política de descender al infierno del Servicio de Informaciones fue
del ex ministro de Gobierno, Roberto Rosúa.
La planta baja
El mobiliario está blanco y nuevo. La oficina del jefe es prolija y está sobre
calle San Lorenzo. A su lado, otra pieza que, en la actualidad, pasa por un
pequeño lugar de archivo. Allí estaban los torturadores, según los testimonios y
planos que dibujaron los sorbrevivientes y que constan en los 12 mil folios de
la causa 47.913.
En esa planta baja, funciona una sala de espera. Cerca del baño. Allí, entre
sillones negros y mesitas ratones, veinte años atrás, se encontraba una cama de
obstetra en donde se practicaban las sesiones de torturas varias.
Allí, sobre un armario repintado de gris, hay un papel blanco escrito en máquina
y recortado casi como una tarjeta personal.
“Nosotros los dispuestos, dirigidos por lo desconocido, estamos haciendo lo
imposible por los desagradecidos. Hemos hecho tanto durante tanto tiempo con tan
poco que estamos capacitados hasta para hacer cualquier cosa partiendo de la
nada”.
Es anónimo. Pero connota una afirmación de identidad de los que pasean por esas
piezas. Nadie lo arrancó. Ese papel fue escrito por alguno de los que
convirtieron al servicio de informaciones en el principal centro clandestino de
detención de Rosario. Quizás Lo Fiego, tal vez Ibarra, Guzmán Alfaro, alguno de
ellos. “Estamos haciendo lo imposible por los desagradecidos”, desafía el texto.
Y está allí, donde se torturaba día y noche, sin parar.
Y antes de llegar a estas salas, las escaleras que conforman un cuadrado a
manera de entrepiso. “La favela”, como le dicen los sobrevivientes. En ese
lugar, los recién arribados eran apretados, golpeados, humillados y se los
preparaba para la máquina. Por allí subía el comandante Feced pateando, puteando
y jurando que ganaría la tercera guerra mundial.
El subsuelo
La escalera al sótano fue deliberadamente ocultada con una madera terciada que
simula el piso. Antes hay armarios, un tambor metálico de Shell y un viejo atril
de la Unidad Regional II. Detrás de ellos, los escalones que llevan a los restos
arqueológicos del infierno.
Hay una distancia considerable para pisar el primer escalón. El olor a mugre,
humedad, se mezcla con la suciedad que cubre el suelo. Allí hay cables cortados,
plásticos varios, algodones y papeles tirados. Un recurso de hábeas corpus
vacío, una planilla que indica el movimiento de vehículos de Pasa Petroquímica
Argentina y restos de organigramas policiales.
En las paredes hay ganchos de los cuales se encadenaban a los secuestrados y
tabicados. Dos o tres asientos de mármol, un baño angosto y una escalera que da
a la puerta gris sobre calle Dorrego. Desde allí se los empujaba a los detenidos
y venía el primer golpe del que habla la mayoría de los testimonios: el tropezón
y la caída de la escalera. Así se descendía al infierno.
Huecos rectangulares como cínicos sinónimos de ventanas y la humedad permanente.
Feced calificó a ese lugar como “luminoso, cómodo y confortable” y ningún juez,
ni militar ni federal, osó repreguntarle ni tampoco confrontar los dichos con la
verificación visual.
Sobre esos pisos, entre las paredes grosera y rápidamente pintadas con un
celeste agua para tapar las inscripciones de los secuestrados, y debajo de la
vigilancia obsesiva de los policías del Servicio de Informaciones, muchachos y
chicas de quince a veinte años, mujeres y hombres maduros, resistieron durante
varias semanas las sesiones permanentes de picana y las palizas cotidianas.
Dieciséis años después de recuperada la democracia, recién ayer, el periodismo
pudo bajar a las mazmorras de la Jefatura de Policía. Un tardío gesto histórico.
Cuestiones pendientes
En el Servicio de Informaciones hay por lo menos una decena de armarios antiguos
cerrados con candados. ¿Qué hay en su interior?. ¿Qué papeles contienen?
¿Qué inscripciones hay debajo de la pintura celeste agua que cubren las paredes
del subsuelo?
Si hasta el año 1989 era posible reconstruir las fichas, horarios de asistencia
médica y lista de detenidos entre los años 1976 y 1979, ¿dónde fue a parar el
material original del servicio de informaciones?
Los libros de guardia de la policía deben contener los datos acerca de
celadores, carceleras y otros integrantes del Servicio de Informaciones. Como
también debe figurar el detalle del destino final de cada uno de los detenidos.
Este dato que responde al derecho a la verdad y al duelo sigue siendo propiedad
de los desaparecedores pero, al mismo tiempo, configura uno de los elementos de
la burocracia del terrorismo de estado.
En sus declaraciones ante la justicia federal, Feced y Guzmán Alfaro -jefe del
servicio de informaciones- dijeron que había tres copias por cada día y por
detenido. Nunca se comprobó que esa masa documental haya sido destruida.
Las mujeres embarazadas que fueron secuestradas recibían asistencia médica. ¿Por
qué no se cita a declarar a los profesionales que integraron los planteles
policiales entre 1976 y 1983 para responder en torno al destino de esos bebés?.
Hay que recordar que en los tribunales provinciales rosarinos existen 98
denuncias de chicos NN. Muchos de ellos fueron recuperados y encontrados. Pero
hay decenas de casos sin el menor rastro.
Todas estas son cuestiones pendientes. Políticas y judiciales.
La vida cotidiana en el infierno
Olga Cabrera Hansen fue secuestrada el 9 de noviembre de 1976, juntamente al
ingeniero Carafa. La llevaron al Servicio de Informaciones.
"De noche salen brigadas a buscar gente y vuelven a la madrugada con personas a
los gritos y comienzan las sesiones de torturas y picanas. Quiero decir que el
que organizaba todo y luego escribía a máquina los informes era Lo Fiego",
recordó la sobreviviente.
En el sótano del Servicio de Informaciones llegó a albergar, en aquellos días,
60 hombres y 30 mujeres. Decenas de personas con dos cuchetas.
"Escuché una conversación entre ellos que se atribuían entre 200 y 300 entregas
de personas y posterior boleta. Me exigen que cocine. Me niego", sostuvo Olga.
"Cuando entró María Inés Luchetti de Betanin llegó con un bebé en brazos
envuelto precariamente y con una hemorragia de posparto, con las piernas llenas
de sangre, entre nosotras la auxiliamos y cubrimos al bebé con nuestras ropas".
A fines de enero de 1977 llegaron tres hermanas, “las tres embarazadas, Gladys
Marciani de 5 meses de embarazo, Teresa Marciani de 7 meses de embarazo y María
Luisa Marciani de Gómez de nueve meses de embarazo y una hija de esta última de
18 años, Gladys Teresa Gómez quien presentaba heridas en los tobillos donde se
le veían los huesos por las ligaduras, estas eran obreras de los frigoríficos
CAP y Swift..."
En febrero de 1977, arribó una comisión de la Cruz Roja. Les preguntaron si
comían frutas.
Tomasa Verdun de Ortiz testificó que cuando se requiere la atención del médico
de guardia “para la atención de Tomasa Verdún, el doctor Sylvestre Begnis le da
unos óbulos y unas pastillas y le dice que pretender una atención ginecológica
en ese lugar era como pretender un viaja a la Luna".
El origen de las interprovinciales
Marta Figueroa vivió once años junto al comisario Juan José “Gato” Saichuk, jefe
del Servicio de Informaciones de la Jefatura de Policía de Rosario, entre 1975 y
finales de 1976, cuando se produjeron el 80 por ciento de las 350 desapariciones
que se registran en el sur santafesino y el norte de la provincia de Buenos
Aires.
Saichuk había sido trapecista y boxeador, pero a principios de los setenta “se
asoció a Agustín Feced para combatir la subversión y para hacer secuestros
extorsivos junto a los policías de Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires”, confesó la
señora a este cronista a fines de 1999. De esta forma salió por primera vez a la
opinión pública parte de la historia de uno de los principales desaparecedores
de la región y de los negocios que los integrantes de los grupos de tareas de
las policías de las provincias más importantes del país hacían en conjunto.
Para ella “a Saichuk lo envenenaron los propios compañeros del Servicio de
Informaciones porque se había quedado con una parte grande del dinero que venía
de los secuestros, los robos a los bancos y la piratería del asfalto”.
Tenía varias casas, una de las cuales terminó habitando con su hijo, en Gálvez y
bulevar Oroño, en barrio Parque de la ciudad de Rosario.
Durante mucho tiempo tuvo un album con las fotografías “de los subversivos
muertos desde fines de los años sesenta”. Usaba una pistola Magnum y ostentaba
colgantes y reloj de oro.
“También se dedicaba a hacer los informes ambientales para las grandes empresas
de la región, no solamente del Gran Rosario si no también de Buenos Aires. Ahí
se hacía un seguimiento de los delegados y esas cosas gremiales”, relató la
señora.
Era uno de los principales capitalistas del juego en la ciudad y cuando murió
“envenenado” el 10 de diciembre de 1976, uno de los principales torturadores
rosarinos, José Lo Fiego, le dijo que “el tipo repartiría mal”.
De grupo de tareas a delincuentes comunes
El 7 de diciembre de 1979 se robaron 125 millones de pesos ley 18.188
correspondientes al pago de adicionales del mes de octubre de la propia
contaduría que funcionaba en el subsuelo de la Jefatura de Policía de Rosario,
en la esquina de Moreno y Santa Fe.
A veinte años del hecho, el encargado de pagar los sueldos al personal,
describió el suceso por primera vez a este cronista.
La consecuencia del asalto fue la remoción del jefe de la Unidad Regional II,
teniente coronel Horacio Verdaguer por el también oficial del mismo rango,
Rodolfo Enrique Riegé. Para ex integrantes del trístemente célebre Servicio de
Informaciones, José Lo Fiego y Mario Marcote “eso fue el principio del fin de la
patota porque uno de los grupos se quedó con el dinero”.
Los viejos aprendices de Feced, además de asesinos y torturadores, decidieron,
entonces, definirse como delincuentes comunes.
Fue la partida de defunción de los grupos de tareas unificados y el acta de
nacimiento de las bandas mafiosas que desde la policía rosarina seguirían los
negocios de la interprovincial de los tiempos de Feced y Saichuk.
“A pesar de los veinte años que pasaron no me puedo sacar el entripado que tengo
y el daño que causó entre varios compañeros de trabajo”, dice el escrito que
presentó Oscar a este cronista, el entonces administrativo que tenía la
responsabilidad de pagar los adicionales al personal policial de Rosario.
El jueves 6 de diciembre de 1979, el policía que trabajaba en la contaduría de
la Jefatura fue a buscar el dinero a la casa central del ex Banco Provincial, en
Santa Fe y San Martín. Retiró 207 millones de pesos ley 18.1888.
“Al llegar a jefatura me pongo a ensobrar el dinero y me pongo a pagar, aunque
lo tenía que hacer el día 7. Pago hasta las dos y media de la tarde y después
guardé la plata en cuatro cajas en un armario al que le pongo llave”, contó
Oscar.
Cuando regresó el viernes a las siete de la mañana, sacó las cajas y “al llegar
a ventanilla donde ya había personal esperando recibir sus jornales, al abrir
las cajas me encontré con la sorpresa que tres de ellas estaban vacías y una
llena”.
Oscar se desesperó. La División Investigaciones empezó a interrogar y “todo el
personal quedó detenido hasta el lunes 10 a la noche”, hasta que el juez de
instrucción de la séptima nominación, Patricio Lara, le tomó declaración y los
dejó en libertad.
El martes 11 de diciembre volvieron a trabajar mientras que la investigación
quedó en manos de personal superior de Santa Fe.
En abril de 1980, Oscar fue suspendido junto al contador y tesorero, por catorce
meses. “Después me reintegraron, mientras que al contador y al tesorero los
jubilaron después de cuatro años. A mi me pasan a retiro por los años de
servicio, pero lo triste es que no ascendí nunca más. Duele después de prestar
25 años de servicios sin faltar nunca que me rajaran de esta forma”, escribió el
ex policía, ahora empleado de seguridad de una empresa multinacional.
La historia oficial
“Hoy los argentinos vivimos en uno de los mejores países del mundo”, decía la
propaganda oficial que inundaba los diarios nacionales por aquellos días.
El entonces Teniente General Eduardo Viola llegó a Rosario para despedirse de la
guarnición del II cuerpo de Ejército con motivo de su pase a retiro. En los
cines seguía “El Tambor” y “Superdecameron 3”. Central jugaba los octavos de
final del Nacional y Duperial prometía inversiones por 80 millones de dólares.
Eduardo “Bolita de Barro” Basabilvaso, de 49 años, era imputado del incendio de
“Rilke II”, de Maipú al 700, donde murieron 15 personas; mientras Charly García
y Serú Girán tocaban en La Comedia.
Recién el sábado 8 de diciembre apareció el comunicado oficial de la UR II en la
primera plana de “La Capital”.
“1º) En la mañana de hoy en momento que el personal de administración y finanzas
se disponía a efectuar el pago de los haberes del personal de policía adicional,
se notó una falta de dinero por lo cual se dieron las novedades pertinentes y de
inmediato se abocó a la clarificación; 2º) que la presente información se
realiza al solo efecto de aclarar lo trascendido por los distintos medios de
difusión; 3º) que la denuncia respectiva fue formalizada en la División
Judiciales y en estos momentos se halla en la etapa de esclarecimiento total de
lo acaecido”, decía el texto.
Nunca hubo un “esclarecimiento” del hecho.
El miércoles 19 de diciembre asumió como titular de la UR II, el teniente
coronel Rodolfo Riegé en reemplazo el también teniente coronel Horacio Verdaguer.
Ni una palabra sobre el robo a la contaduría de la Jefatura. Una versión
inverosímil recorrió los medios de comunicación. Se trató de una operación de la
subversión. Nadie la creyó.
Los muchachos del Servicio de Informaciones
Agustín Feced dejó la intervención de la Unidad Regional II en marzo de 1978. A
partir de ese momento comenzó el desbande de las por lo menos tres patotas que
hacían las veces de grupos de tareas a partir del Servicio de Informaciones que
funcionaba en la ochava de San Lorenzo y Dorrego.
Dos ex integrantes del numerario de la repartición, José Lo Fiego y Mario
Marcote, le comentaron a este periodista que “aquel robo fue una mexicaneada” y
que “a partir de entonces empezaron a circular determinados nombres como los más
connotados con la represión mientras que otros quedaron en el anonimato”.
Para estos torturadores, “el dinero de la contaduría fue robado por ciertos
oficiales que después siguieron ascendiendo en la división informaciones
mientras que los demás eran puestos a disposición de la justicia militar”.
Ambos, hoy afuera de la policía rosarina, están convencidos que la investigación
de aquel robo marcó el final de la unidad que mantenían los asesinos de Feced.
Fue uno de los tantos “negocios” que hicieron los duros en beneficio propio y en
contra de los intereses de sus colegas.
Las cajas negras de la santafesina y de la
interprovincial
El texto estaba firmado por "Oficiales de la Unidad Regional II", fechado el 3
de abril de 1995 y se encuentra en varios despachos de jueces provinciales
rosarinos desde entonces.
Tiene el logo de la policía y se presenta como "comunicado nº 5".
Su contenido, más allá de la denuncia sobre recaudadores oficiales del dinero
extralegal, explica, en cierta medida, el por qué de la falta de seguridad en el
sur de Santa Fe y en el norte de Buenos Aires.
"...las circunstancias que hacen que la indisciplina, desmoralización y
agobiante corrupción, no tiene su origen en las bases del personal, pero si el
"asalto" que se viene llevando a cabo a la seguridad de los habitantes de
Rosario y zona sur de la provincia por parte de "superiores" carentes de moral y
la más mínima vergüenza", sostiene un fragmento del documento.
Se afirma que "cuando en diciembre de 1991, el señor Teniente Coronel don
Rodolfo Enrique Riegé fue designado secretario de Seguridad Pública, se
consideró dueño del "botín" y para ello, de inmediato se aprestó a poner en
operaciones a los integrantes de su antiguo "equipo", pero no para darle
seguridad a la población, tranquilidad y todo lo que atañe a la función
policial, sino para poner ejecución sus viejos planes de corrupción y
enriquecimiento que ya había llevado a cabo cuando fue jefe de Policía de
Rosario".
A fines de 1979, cuando se produjo el robo en la propia Jefatura de Policía, tal
como se explicó más arriba.
Sostenía el escrito que en una reunión en una quinta de Funes, "todos hombres
prácticos y operativos, pusieron precios a las unidades regionales del sur y
fundamentalmente Rosario, que era la perla más codiciada".
El fragmento agregaba que "no habían tenido en cuenta que en Rosario estaba de
Jefe de Policía el comisario General Atilio Bléfari y a quien Riegé empezó a
hostigar y ya impaciente, como no conseguía doblegarlo, antes de fin de 1991, lo
cita a la ciudad de Santa Fe y en horas de la tarde, en su despacho, lo intima
para que "apriete" más, es decir, que elevara los "impuestos policiales" que
percibía Blefari y que le fueran entregados a él (Riegé) y en caso contrario lo
relevaría y luego lo pasaría a retiro".
Sigue denunciando que "Chirino, como cariñosamente le dicen sus íntimos a
Blefari, no se dejó doblegar y allí empezó la lucha para posesionarse de la
Unidad Regional II, para desgracia nuestra y de toda la población, que ya en
este momento por el creciente desgaste y corrupción, no tiene policía, ni
seguridad ni esperanzas".
El "comunicado" terminaba con un informe del "cuadro demostrativo de ingresos
extralegales", en el que primeramente se detallan los códigos de los "impuestos
policiales".
1, correspondiente a Leyes Especiales, "quiniela clandestina, apuestas de
caballos, timbas, bingos clandestinos, maquinistas"; 2, Moralidad Pública,
"narcotraficantes, drogadictos, prostitución, explotadores, proxenetas,
wiskerías, discotecas, moteles"; 3, Robos y Hurtos, "piratas del asfalto,
asaltantes de bancos, ladrones de autos, punguistas, contrabandistas,
desarmaderos"; 4, Seguridad Pública, "médicos, parteras, clínicas, aborteras,
curanderismo"; 5, Guardia Rural, "generalidades, sin especialidad"; 6, Guardia
de Infantería, "generalidades, sin especialidad"; 7, Policía de Menores, "wiskerías,
discotecas, bailables, moteles".
Desde 1992 a 1995, el informe aseguraba que se recaudaron, "por izquierda",
12.300.000 pesos, a razón de 300 mil pesos mensuales en la Unidad Regional II.
La denuncia fue desestimada o, por lo menos, no siguió investigándose.
Números, nombres y datos que conducían a los que manejaban los negocios ilegales
en la región del viejo cordón industrial del Paraná.
Los que continuaron con la lógica de la asociación entre policías y ladrones
para negocios políticos, extorsiones, robos de bancos, prostitución, piratería
del asfalto y el nuevo flujo de dinero fresco a partir de la segunda mitad de la
década del ochenta: el menudeo de la droga en la región.