Capítulo XIX. Fuera de control.

CAMPO SANTO - Parte II

 

 

(Del testimonio del ex sargento Víctor Ibañez)

Interrogadores furtivos


"Por las noches, mientras cubría mi turno, cerca de la madrugada, se aparecían grupos de interrogadores furtivos que, sin mostrar ningún permiso escrito, llegaban hasta el interior del campo y disponían lo que se debía hacer a su antojo. Al día siguiente, cuando los Grupos de Tareas de Inteligencia se enteraban de la incursión se ponían furiosos y armaban unos quilombos bárbaros, porque sabían que venían a robarles información. 

"Esa gente llegaba a la medianoche, cuando los interrogadores ya no estaban. Se presentaban en la guardia como personal en operaciones del Ejército y entraban al campo con la autorización del oficial de servicio, al que presionaban a los gritos, de otra manera no podían llegar hasta la puerta de los pabellones. Pedían tres o cuatro prisioneros, por su nombre y organización. Se los dábamos y ellos los interrogaban ahí mismo, en el patio. Una vez que obtenían los datos que buscaban desaparecían como habían llegado. 

"Al otro día se armaban unos despelotes tremendos. Cagaban a pedos a todo el mundo porque el acceso de interrogadores de afuera estaba absolutamente prohibido, salvo que tuvieran la autorización del coronel Verplaetsen o del general Riveros. Los tipos venían a juntar datos para ellos. Llegaba un coronel, lo apuraba al teniente de turno y le decía: "Quiero a este detenido". Al pobre oficialito no le quedaba más remedio que cuadrarse y hacer lo que le ordenaban. 

"Los furtivos buscaban información que podían llegar a tener ciertos detenidos del campo sobre determinado tema, para anticiparse a los otros interrogadores y ganarles de mano en 'hacer' los blancos. Había mucho celo entre ellos, mucha competencia. Al principio se trataba de información sobre los jefes y bases de la guerrilla, después lo único que les interesaba era la plata, donde estaba la guita de los subversivos. 

"Nunca se trabajó en conjunto, ni entre las distintas armas ni aún dentro de la propia fuerza. 'Hacer' un blanco antes que los otros significaba sumar mérito ante los jefes y llevarse el botín. Los que llegaban durante las madrugadas al campo Comando de Institutos podía ser gente del Primer Cuerpo de Ejército, de Rosario, de Córdoba. Esto pasaba vuelta a vuelta. 

"A veces los interrogadores de 'El Campito' detectaban un blanco y cuando llegaban se encontraban con que ya estaba 'hecho', que ya lo habían levantado estos interrogadores furtivos. Entre ellos se tenían mucha bronca. No vayas a invadir una zona ajena. A mí una vez me metieron preso los de la Escuela de Mecánica de la Armada porque creyeron que estaba operando en su territorio. 

"Resulta que yo iba por la General Paz y llegué hasta un control de rutas a cargo de la Marina, porque esa era su jurisdicción. Les digo que yo era de Inteligencia en Campo de Mayo. Los tipos pensaron que estaba haciendo espionaje, que los estaba controlando y tratando de sacar datos para levantar un blanco de ellos. Me desarmaron, me esposaron y me devolvieron así al Comando, detenido. 

"En otra oportunidad, una delegación de un Liceo Militar andaba paseando por Campo de Mayo. Todos armados. En esa época, hasta el cadete de 15 años andaba armado, nunca se sabía de dónde podía venir el bombazo. Me acuerdo que llegaron en un micro. La policía militar los tomó detenidos, los desarmó y los incomunicó a todos: cadetes, suboficiales, oficiales. Estaba prohibidísimo circular por la zona cercana al campo; era terrible. Los devolvieron a su destino, desarmados. 

"Por eso te digo: ¿qué cosas habría en juego? Eran de la misma fuerza, estaban todos en la misma, el criterio era el mismo. No sé por qué se sufría tanto, por qué tanto celo. Nadie confiaba en nadie. Ya no se sabía si se buscaba el mérito o el botín; yo pienso que era por el botín. Acá se ha delinquido mucho. 

"Era un ambiente muy sucio, lo más sucio que podía haber. Ahora, ¿cómo se enteraban de que en el campo estaban ciertos detenidos que podían tener la información que ellos buscaban? No lo sé. Un soplón siempre hay.
 



Destino de sobremesa 


"Había muchas cosas que se definían en una sobremesa prolongada, con abundante alcohol, truco y vino. El alcohol hacía estragos en los Grupos de Tareas, que en ese estado decidían algunos operativos. "Vamos, lo reventamos, dale. Ahora". Y salían en banda. Impulsados por el alcohol, sin razonar. Tenían impunidad total. Así se jugaba con la vida de la gente. Eran operativos que hacían por su cuenta, sin organización, sin nada. 

"Las víctimas a veces eran sus propios camaradas. Yo conozco el caso de un suboficial principal. Dijeron que le vendía municiones al enemigo. Pero andá a saber si era cierto. En una de esas lo liquidaron porque alguno se la tenía jurada. Capaz que era un vecino al que alguien de la patota o de los interrogadores le tenía bronca. Ya no eran guerrilleros, no eran comunistas, no eran los Panteras negras. Terribles las cosas que hace el diablo. Por eso yo digo que la situación se les escapó de las manos a los jefes. Perdieron el control. 

"Una tarde, ya casi de noche, cuando ya no estaba en los pabellones y me habían asignado la atención de la radio, el teléfono, hacer el parte diario y conducir los vehículos, recibí un extraño llamado telefónico. Del otro lado me dijeron que hablaban desde la Quinta Presidencial de Olivos. Me pasaron con otro que se presentó como el asistente del teniente general Jorge Rafael Videla, que me preguntó por un detenido, un diputado con un apellido muy cortito que, según creo, estuvo en el campo. 

"La orden era: 'No, no y no. No sabe, no tiene conocimiento. Desconoce'. Esa era la consigna para responder a cualquiera que no fuera del campo. Por más que fuera del Comandante en Jefe. En el Ejército se responde a la orden del superior inmediato; los demás son de palo. Y como la orden era desconocer todo, yo la cumplí. Se ve que Videla, que además de Comandante en Jefe era el presidente de la Nación, había perdido por completo el control de la cosa.
 



Impunidad esquiva para un cabo 


"La impunidad era tal que una vez intenté operar por mi cuenta. Quería tener un auto, y caí en cana. 

"Todos andaban en auto, menos nosotros; entonces, con Pantera, un compañero, decidimos ir a buscarnos uno. Pantera, flor de pibe. Ahora está enfermo, más enfermo que yo. No sabía manejar el Pantera: '¿Para qué querés un auto si no sabés manejar?', le preguntaba yo. 'Y bueno, si lo tengo aprendo', me decía él. Cuando lo tuvo se estrelló. 

Nos jugamos a repetir lo mismo que hacíamos con los de la patota, lo mismo que yo hacía cuando me lo pedían. Claro que ellos tenían la ventaja de trabajar en zona libre, con permiso de las jurisdicciones militares y la policía de cada lugar, y eso les facilitaba el trabajo. 

"La cosa es que salimos por la nuestra. Nos dijimos: 'Vamos y nos hacemos de un auto'. Y ahí salimos. Buscamos un garage por la zona de Flores, que conocíamos bien. Como de pendejo trabajé en playas de estacionamiento, donde me robaron más de un auto, ya conocía el procedimiento, la picardía de los chorros. Entonces esperé a que el sereno se fuera para el fondo para mandarme a un auto que ya tenía elegido. Las llaves estaban puestas; te das cuenta porque son los autos que llegan últimos y todavía los están moviendo. Corren uno, otro, y así se va haciendo el lugar. 

"Cuando el sereno enfiló hacia adentro para acomodar otro auto, dije: 'Vamos que es ahora, Pantera'. Elegimos ese garage porque tenía muchos autos, autos lindos, y un solo sereno. 'Hicimos' el coche sin ningún problema y apenas dimos la vuelta a la esquina, ¿podés creer?, había como cincuenta patrulleros que nos estaban esperando. ¡Uy, Dio! 

Nos llevaron presos. Se ve que alguien llamó en forma anónima, algún vecino que nos vio rondar. La cosa es que cuando salimos con el auto afanado del garage, un grupo de la policía ya nos había cerrado el camino por adelante y otro salió atrás nuestro para cortarnos la retirada. Cuando nos encontraron las armas, porque nosotros llevábamos pistolas, casi nos matan. 

"Seguramente hicimos mucha bandera. Dábamos vueltas y vueltas esperando el momento oportuno. Ya eran como las dos de la mañana y no nos decidíamos. Recién cuando ví que el sereno se fue para el fondo, me dije: 'Papita para el loro'. 

"Pasamos la noche en la comisaría hasta que aclaramos todo. A los canas les dijimos que éramos de Inteligencia del Ejército, del Comando de Institutos. El poli que estaba a cargo llamó y por suerte justo esa noche en el puesto de radio había un amigo nuestro, uno que sabía que habíamos salido de 'travesura'. 'Si llegan a llamar, deciles que sí', le habíamos avisado nosotros el día anterior. Menos mal que atendió él y no un jefe de servicio. Capaz que el jefe les decía 'Háganlos boleta, por pelotudos'. Pero no: 'Sí, afirmativo. Son de acá, personal de Inteligencia en operaciones', les dijo nuestro compañero. 

"Después de la confirmación nos estábamos yendo de la comisaría. Estrechamos las manos, nos devolvieron las pistolas. 'Pero el auto no se lo llevan, cualquier cosa nosotros decimos que ustedes se dieron a la fuga y listo', propuso como arreglo el oficial de guardia. Claro, se armó mucho quilombo en el barrio y todos se enteraron de que nos habían agarrado. 

"Justo que nos íbamos, en ese mismo momento, entró en la seccional una patrulla del Ejército que en esa época hacía operativos conjuntos con la policía en el control de calles y avenidas. El cabo de la Federal que estaba de guardia en la puerta, para hacerse el simpático, le comentó lo que había pasado al teniente que estaba a cargo. 'A ver, que me presenten a esos dos', ordenó el tipo. Y otra vez adentro. Los tendría que haber matado a esos canas buchones. 

"Nos mandó detenidos a la policía militar, en Palermo. Cada uno en un calabozo. El comandante de entoncer era el general Suarez Mason, uno muy bravo. 'A ustedes los mandamos a Bahía Blanca; ya está todo arreglado. El avión los está esperando', nos dijeron. Nosotros imaginábamos lo peor. Yo era cabo y no sabía mucho. El negro era cabo primero y, pobre, estaba más asustado que yo. 

"Siempre fui muy sangre fría; de chico siempre me animé a las cosas, hasta me extralimité de chico. Y de grande pasé la rayita de lo posible si no había más remedio. Ahora de viejo no, ya no, me cuido. 'No te calentés, Pantera', le decía al negro. 'Cuando se enteren en el campo que estamos detenidos en Palermo nos vienen a buscar'. 

"Pero en el campo ni se enteraron. Como no aparecíamos, habían empezado a trasladarlo, con detenidos y todo. Pensaron que nos había secuestrado la guerrilla, que íbamos a hablar y contarles todo, que iban a atacar el lugar. Se armó un gran quilombo. 

"Después, Verplaetsen nos hizo ir a su despacho y nos recagó a pedos. Zafamos porque en esos momentos los jefes estaban medio metidos en quilombos más importantes y jodidos, que sino andá a saber. 

"Igual, ¿qué me podían decir, si cuando ellos precisaban un auto para un operativo era yo el que salía a 'hacerlo'? De la misma manera, sin fierros. Si quería lo hacía con fierro, pero por mi propia experiencia, al haber trabajado en los estacionamientos, sabía en qué momento se descuidaba el sereno y cuándo llevarme un coche sin hacer tanto batifondo. 

"Justo me agarraron cuando el auto era para mí. Hay que tener mala leche, ¿no? Pero se lo agradezco a Dios, siempre digo que Dios me protegió. Si Dios me hubiera abandonado, yo no estoy más; de esta insignificante vida ya no se hablaría.
 
 

 

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