Capítulo XVIII. Los inocentes.

CAMPO SANTO - Parte II

 

 

(Diálogo con el ex sargento Víctor Ibañez)

-Usted suele mencionar a ciertos prisioneros como "los inocentes". ¿A quiénes se refiere?
-Presencié interrogatorios a personas a las que no les pudieron sacar el menor dato. Yo he visto morir a un hombre en la "parrilla" sin decir nada, y te aseguro que no hay manera de aguantar el dolor físico de la tortura. Si no dijeron nada es porque nada sabían. Esto pasaba todo el tiempo; se mataba sin necesidad y fue el motivo por el que muchos de nosotros terminamos con problemas psiquiátricos. 

-¿Recuerda a alguno de ellos en especial? 
-Cada dos días, mientras esperaba en la guardia al jeep que me llevaba hasta el campo, veía a los familiares de los desaparecidos discutiendo con el jefe de servicio. Me acuerdo de una señora que preguntaba por un tal Rey, ese era el apellido del muchacho. Pedía por favor, que era su hijo, que no había hecho nada. "Dígame si lo mataron", gritaba la mujer. Antes de que llegara el jeep escuché cómo esa señora se quebraba: "Si lo mataron le hago una misa, pero, por favor, dígame qué hicieron con él". 

Cuando llegué al campo ese día lo encontré ahí a ese chico Rey.
"¿Cuándo lo tomaron?", le pregunté al jefe de guardia. "Hace dos noches. Lo sacaron del trabajo o de la casa, no me acuerdo". Yo lo pregunté después de tomar servicio, cuando vi a ese tal Rey en la lista de los detenidos que habían ingresado durante las dos noches que yo había estado franco. Si mal no recuerdo era maestro primario. No sé si lo sacaron de la calle o de la escuela, dónde lo levantaron no sé. Me acuerdo que era un muchachito delgadito, muy delgadito. Una mañana, cuando le daba de comer a los detenidos, me paré al lado de él y le pregunté cómo se llamaba. Me dijo: "Rey". "¿Por qué estás acá?". "Por averigüación de antecedentes", me dijo el pobrecito. Eso fue a fines del 76 o principios del 77. 

-¿Llegó a conocerlo bien? 
-Fugazmente. Al principio trataba de ser distante con los prisioneros, hasta el día que trajeron una guitarra en una de esas confiscaciones que te mencioné. Las guitarras eran mi debilidad. Cuando estaba solo en la guardia del pabellón, les aflojaba esa soga que se les ponía en las manos y desataba al guitarrero. Siempre había uno que sabía tocar la viola. Me exponía a un castigo jodido, era un inconsciente. Pero en esas noches cantaban, contaban cuentos, se reían; era una especie de recreación. 

-Durante esas noches, ¿los detenidos le preguntaban sobre su situación, qué ocurriría con ellos? 
-Me preguntaban si sus parientes habían sido avisados de dónde estaban ellos. Yo les contestaba que eso no lo sabía. Que no tenía acceso a cierta información, que no podía hacer más de lo que hacía. Yo era un ser impotente, muy impotente. Yo era consciente de que lo que estaba haciendo no era bueno ante los ojos de Dios. 

-¿Cuánto tiempo permaneció Rey en el campo? 
-No me acuerdo. Parece que el tipo no tenía nada que ver con nada. No sé por qué lo llevaron; le habría prestado el auto a alguno que estaba en la joda. No te olvides de que en los interrogatorios, con tal de que pararan la tortura, muchos decían cualquier cosa. A lo mejor a él lo mencionó un amigo, uno que nunca le dijo en qué actividades andaba. Era terrible. Decían cualquier cosa. Muchas veces daban el nombre de cualquiera para que sus compañeros tuvieran tiempo de fugarse. Pensaban que como el que nombraban era inocente no le iba a pasar nada. 

-¿Y era así? 
-Condenaban a muerte a otros, aunque posiblemente sin saberlo. Así es como se fueron muchos inocentes. Pero aunque hayan sido culpables, tampoco era la forma de eliminarlos. Hay una cosa que dice José Hernández en el Martín Fierro: "Esa no es forma de proceder con un culpable, ni con un inocente. Y si es culpable, menos". 

-De esta manera se formaban cadenas de personas sin vínculo alguno con la guerrilla. 
-Sí, como en el caso del matrimonio Kennedy. Al hombre lo deben haber agarrado en su oficina, porque llegó de traje y corbata y con maletín. No sé por qué los trajeron, como yo no era interrogador no me enteraba de esas cosas. Pero se trataba de un matrimonio muy cristiano, del culto católico. Traté de que estuvieran lo mejor posible. 

-¿Alguna vez se comunicó con los familiares de los prisioneros para ponerlos al tanto de su situación? 
-No, nunca

-Iris Avellaneda (1) dice que sí. 
-¿Que me dio el número de teléfono de un familiar? 

-No, que algunos de los celadores llamaban a los familiares de los prisioneros para decirles que estaban bien y que hicieran algo para sacarlos. 
-Yo nunca lo hice, pero sé de otros que sí lo hacían. De hecho debe ser así porque hay un señor de apellido Erlich que me llama desde Los Angeles, cada diez días. A él lo llamaron y le dijeron: "Su hermana está en Campo de Mayo. Haga algo rápido". 

-¿Usted nunca hizo un llamado? 
-No. Me deben confundir con otro. No te olvides que los prisioneros estaban tabicados. 



Los Barciocco


-¿A quién más recuerda? 
-A la familia Barciocco. Los trajeron de El Palomar. Parece que el hijo menor del matrimonio militaba en una formación de perejiles de izquierda. Trajeron al matrimonio y a los dos hijos. Con ellos se siguieron los métodos de rigor: tabicarlos, es decir, encapucharlos, y dividirlos por pabellones, donde eran encadenados. 

-¿Habló con ellos? 
-Yo conversaba mucho con la señora Barciocco. Siempre hablaba con ella y con el señor. Los tenían en pabellones distintos. Cuando no me veían, yo llevaba al hombre a ver a su señora. Ella tenía dificultad para hablar. Reemplazaba la erre por la jota. Era una mujer muy preparada, sabía muchas cosas. Estaba preocupada porque en la casa había quedado el gato y un Renault 4L flamante estacionado en la vereda. Estaba encapuchada, atada, tirada en una colchoneta roñosa y lo único que le importaba era su casa y saber cómo estaban el marido y los hijos. 

-¿Usted les corría la capucha?
-Una vez les saqué la capucha. Fue en un Día del Padre, cuando junté a toda la familia. Me jugué por completo: traje a los chicos y salimos afuera, como quien va al baño. (Llora). Cuando se encontraron se abrazaron todos juntos, se besaban y acariciaban. ¡El hombre me besó los pies! Te lo juro. "¡No, señor, no haga eso, no me humille ante Dios! Yo no soy nadie, soy una pobre basura que no puede hacer más que esto". (Llora). Yo hablaba mucho con la señora, iba y hablaba con ella. Era muy familiar, me contaba del chico que iba a la facultad, del que estaba haciendo la preparatoria. Yo antes volaba alto, cosa de pendejo, mi sueño también era algún día entrar a la facultad. Entonces le preguntaba cómo había que hacer y ella me explicaba todos los pasos del ingreso. Me trataba de vos, como si yo fuera un chico más. Hasta último momento estuvo preocupada por su casa. "Allá quedó un gatito", me decía. 

-¿Qué pasó con ellos?
-...Volaron 

-¿Estuvo presente el día que se llevaron a la señora de Barciocco?
-Sí. Fue una mañana en la que se "cargaron" a un montón de gente. 

-¿Pudo hablar con ella antes de que se la llevaran?
-... 

-¿Por qué fue secuestrada la familia Barciocco?
-Ellos eran totalmente inocentes. Ella, el esposo y el hijo también. Un chico que andaba en la Juventud Guevarista, creo. 

-¿Por eso los mataron a todos? 
-Sorprendieron a la familia reunida para la cena y se los trajeron a todos por las dudas; así llegaron al campo. 

-¿Los embarcaron en el mismo vuelo?
-Los llevaron a todos juntos. Yo estaba presente cuando se fueron. 

-¿Usted se encargó de trasladarlos a la pista desde los pabellones? 
-No. En ese entonces yo ya no estaba a cargo de los prisioneros; me ocupaba de la radio. Había un soldado conductor que también cuidaba los perros. 

-¿Vio cuando se los llevaban?
-Me quedé con la radio, los vi subir al camión y vi cómo se alejaban rumbo a la base, por el costadito del campo. Reconocí a cada uno de ellos pese a la capucha. 

-¿Se despidió de ellos?
-No me despedí. 

-¿Por qué?
-Me despedí interiormente. No, no se puede. ¿Cómo me voy a despedir? 

-¿No cree que debió advertirles sobre su destino, para que pudieran prepararse? Usted se dice cristiano. 
-Yo hablaba de eso. Tocaba los temas de Dios. Los domingos, cuando me tocaba franco, iba a misa en San Miguel, pero no entraba en la iglesia. Me quedaba sentado en uno de los bancos de la plaza de enfrente. Me quedaba sentado llorando. (Llora). 

 

 

 

 

 



(1)  Ver Capítulo 14: Floreal Avellaneda 

 

 

Indice General de Campo Santo