A Guillermo Binstock, mi amigo.
Desaparecido en 1976.
Tenía veinte años.
Nunca te escribí. Me han dicho que te vieron hace ya dos años, que tenías un brazo paralizado por
la electricidad, que decías que hay que sobrevivir. Me han dicho que te agarraron y te metieron en un coche. Y luego…
Nadie ha podido decirme nada más.
Nunca te escribí. Pero no he dejado de pensarte. ¿Habrás sabido que me acordaba de vos? ¿Que
reía abrazando la ciudad en tu espalda? ¿Que era viento en tu moto?
Nunca te escribí. ¿Sabés ahora que te estoy escribiendo? ¿Estás para saberlo? Aquí
París a las dos de la mañana. ¿Sentís el viento? ¿Lo escuchás? Qué ganas de
estar en Buenos Aires, de caminar por Corrientes, de darte la mano… Qué ganas de jugar con tus rulos, de verte
sonreír… Qué ganas de abrazarte y de llorar con vos, Negro.
Hoy me hablaron de vos hoy te escribo. Tengo un vacío enorme en la cabeza. Estábamos juntos. Vivíamos el
mismo tiempo. Y de pronto el tiempo se rompió. Nos catapultaron a la dimensión del horror.
Hoy vivimos dos tiempos distintos. El mío está marcado por la rutina cotidiana: me levanto hace frío hace
calor qué vestido me pongo quiero un sandwich de jamón y queso y un café bien cargado qué poster
me compro… ¿Y el tuyo? ¿Tenés tiempo todavía? ¡Negro! ¿Lo tenés?
-Los presos se mueren de hambre- dijo Tito. Y añadió: -El general ordenó matar a todos los prisioneros
políticos de Córdoba-.
Guillermo… ¿Cómo medís tu tiempo? ¿Cuando tenés hambre? ¿Cuando sentís dolor?
¿Cuando esperás cuando extrañás cuando recordás cuando desesperás? Voy a encender un
cigarrillo. ¿Hace cuánto tiempo que no fumás?
¿Qué hora es? ¿Tenés hora? Por favor Negro, decíme que tu reloj tadavía funciona…
¿En qué esquina se estrelló tu moto? ¿Qué pesadilla te robó la alegría?
¿Qué abismo te tragó? Es tarde, Negro. Quiero volver. Decíme que estás ahí y
lleváme a casa. Por favor…
¿Estarás? ¿Estarán? ¿Estaré? …Sueño con vos Guillermo. Sueño con
todos. Y Buenos Aires tiene tu rostro, y el de Carolina, y el de Marcelo… Buenos Aires eran ustedes, Negro… Buenos Aires eras
vos, era ella, era él.
¡Negro! ¿Me escuchás? Vos sabés mejor que yo que ya no quedan palabras. Y que te quiero.
París, febrero 1979
Por Adriana Stein Fourman