Por Manuel Justo Gaggero
Hace unas semanas llevamos tus restos, que nos entregó el Equipo Argentino de Antropología Forense, al
Cementerio de la Chacarita. Los depositamos en un nicho en la Galería 13. Nos acompañaron muchísimos
amigos y compañeros que te recordaban con cariño y contaban anécdotas que te tenían como
protagonista. Habló Daniel De Santi, un compañero que te admiraba mucho. Contó que cuando vivían
juntos en una casa operativa del Partido y él comenzó a trabajar en Propulsora, vos, el primer día, te
levantaste a las cuatro de la mañana y le hiciste el desayuno, aclarándole que "no iba a ser así todos
los días".
Luego dijo unas palabras Facundo Urteaga, el hermano del "cabezón". Hizo referencia a la búsqueda que estamos
haciendo desde hace más de diez años de los restos del Comandante y de Benito. Cuando lo escuché,
recordé cómo te respetaban y querían ambos.
Le había pedido a Nina Brugo que hablara. Ella vivía a una cuadra de casa en Paraná, formaba parte de un
grupo grande de vecinos y amigos –los Barbagelata, Bertozzi y Mutio– con los que compartíamos libros, juegos y paseos.
Ahora es una abogada destacada que hizo referencia al doble esfuerzo que tenían que hacer las compañeras en los
'60 y '70 para ser reconocidas y valoradas. Pensé que estuviste más de quince años para llegar al
Comité Central y la primera reunión en la que participaste fue la de Moreno, en la que te asesinaron.
Finalmente dijo unas palabras Fernando "Pino" Solanas, el director de La Hora de los Hornos y decenas de películas que
me hubiera gustado que hubieras visto. Recordé que aquella emblemática película la vimos juntos en una
exhibición clandestina en el Colegio La Salle de Paraná, que organizamos nosotros. No te voy a nombrar a todos
los que estaban porque me puedo olvidar de alguno y no me lo perdonaría. Pero sí te cuento que había
amigos de Paraná, mucho más jóvenes que nosotros, y entre ellos Fabián Rogel, que preside el
bloque de diputados provinciales del radicalismo en nuestra ciudad y que propuso que te hicieran un homenaje en la
Cámara.
Enrique no pudo venir porque estaba dando clases en la Universidad de Toronto. Aquel pequeñito hijo que adorabas es hoy
uno de los matemáticos más destacados de América latina y vive viajando para dar clases en diferentes
universidades. Me llamó el día antes y al día siguiente muy emocionado. En la invitación a la
ceremonia figuraban él y su bostoniana compañera, como también Manolo, que es físico y da clases
en México, y Mauricio, que trabaja y vive en España. Sí estaban presentes Mariano, el más
pequeño, ahora con 35 años, y mis dos hijos menores, Ana, que tiene 25 y Tomás de 21, los tres muy
emocionados. Me sentía invadido por una congoja tremenda que me impedía hablar; me apoyaba en mi actual
compañera Vilma, a quien me hubiera gustado que conocieras. La vieja, como te conté, no alcanzó a ver
que, finalmente, descansas en paz.
Durante todo el acto me invadían recuerdos. Me acordaba cómo nos emocionábamos leyendo la épica
del Pequeño Vigía Lombardo en el libro Corazón, de Edmundo D'Amicis; cómo nos reíamos de
las aventuras de Tom Sawyer y cómo empezábamos a reconocer y odiar las injusticias leyendo La cabaña del
Tío Tom. Te veía radiante cuando te recibiste de maestra. Te sentía en mis brazos bailando esa noche la
Serenata a la Luz de la Luna de Glenn Miller.
Nena, siempre estarás conmigo; como cuando de pequeños jugábamos a las escondidas. El encontrar tus
restos, luego de una larguísima batalla judicial, es como encontrarte detrás de una maceta, en el patio, cuando
te escondías y yo contaba hasta treinta. Seguiremos conversando y le podés contar a la vieja que las queremos
mucho a ambas.
Publicado en Página 12 -
2006