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Testimonios



Desaparición de
Hugo Francisco Bellagamba




Hugo Francisco Bellagamba era Pancho para sus mas cercanos, amigos y pacientes. Había nacido en Buenos Aires el 16 de enero de 1933 y fue el único hijo de María Toffanelli y de Rafael Bellagamga.

Estuvo casado con su primera mujer, con quien tuvo a su hijo, y luego convivió conmigo y mi hijo desde 1972 hasta el momento de su secuestro.

De educación inicialmente católica pasó por la escuela Provincia de Santa Fe de Capital, el Colegio Nacional D.F.Sarmiento y por la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires graduándose como médico y orientándose a la formación y ejercicio del psicoanálisis y a la especialización en la APA ( Asociación Psicoanalítica Argentina) de la que fue miembro y disidente a partir del año 1972, en que pasa formar parte del grupo Documento, una de las dos fracciones en que se dividió parte de la población de la institución en medio del complejo escenario político y de las iniciativas comunitarias y académicas a las que se inclinaba la psiquiatría y el psicoanálisis en el comienzo de los setenta.

Su secuestro tuvo lugar el 19 de abril de 1976 en nuestro domicilio y lugar de trabajo. Ese día, alrededor de las 18 hs y sin que lo advirtiéramos por estar dentro de los consultorios, fuimos sorprendidos por un grupo de sujetos armados que usaron el método de tirarnos al piso, vendarnos ojos, atarnos pies y manos con trozos de sabanas y otras telas que encontraron. En ese momento éramos alrededor de 15 personas, entre pacientes y familiares que estaban en las otras áreas de la casa. En medio del silencio y un clima enmudecido por el terror y la inmovilidad, se llevaron a Pancho, arrastrandolo, requisaron el departamento, desarmaron los placares y se llevaron armas que él coleccionaba, ropa, cuadros, máquinas y equipos de fotografía, dinero que estaba en un cajón para ser utilizado en esos días, llaves de los autos y relojes de los pacientes, documentos de cada uno de los que estaban en el lugar y todo lo que tuviera algún valor.

Esto duró alrededor de tres horas, después de las que, seguros de que ya no estaban, nos fuimos incorporando muy confundidos y corrí a ver si estaba mi hijo, pues ya nos habíamos dado cuenta que Pancho había sido secuestrado. Los teléfonos estaban desconectados, mi hijo de 8 años durmiendo en su cama, todo tirado en el piso y la casa devastada.

Esa misma noche hicimos una denuncia policial, en la que de manera indolente y provocativa nos dijeron que los psicoanalistas "se meten con la pobreza" mientras nos tomaban declaración. Tampoco sabíamos si quienes fuimos a la comisaria estábamos seguros o en la boca del lobo.

Como todo ocurrió a muy pocos días del golpe militar era muy difícil saber que hacer, adonde ir y a quien dirigirse para saber dónde lo habían llevado. Había poca experiencia previa para comprender el accionar del secuestro, el robo y desmantelamiento de la casa y el inmediato silencio de las instituciones oficiales a las que recurrimos, así como la falta de señales que orientaran tanto la búsqueda como las condiciones mínimas de seguridad para los que habíamos quedado.

Con el correr de los días se presentaron habeas corpus en el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Criminal de Instrucción nº 30, secretaria nº 164 ( causa nº 12.323); averiguaciones formales e informales nos llevaban a mí y a sus amigos y familiares a distintas fuentes de información. Los trámites legales arrojaban resultados negativos, su expediente desapareció de Dto Central de Policía y sólo quedaban rumores y preguntas.

La Federación Argentina de Psiquiatras denunció su desaparición junto a la de otros siete profesionales en el diario La Prensa de capital federal, el 10 de Septiembre y el semanario de"Le Monde" (del 13 al 19 de mayo del mismo año) en un artículo sobre la represión en Argentina lanza un llamado en su favor en nombre de los intelectuales franceses Maud Mannoni, Gilles Deleuze y Michel Foucault.

En julio de ese año se corrió la voz de que en un área de la Casa de Gobierno darían información sobre el destino de los entonces secuestrados. Allí estuve, rodeada de otros familiares, a quien recibía un miembro de la Iglesia Católica que en cada caso miraba una larga lista en que había cruces y espacios blancos. En mi caso, me dijeron que no se sabía nada del destino de mi marido mientras yo pude ver con nitidez una cruz. Este fue el primer indicio de muerte que recibí. Luego, una carta firmada por el cardenal Primatesta dirigida a la madre de Pancho, prometía ocuparse de informarnos algo, lo que nunca ocurrió.

En los años siguientes, hicimos denuncias en todos los foros y lugares posibles: la Comisión de la OEA, los foros profesionales internacionales, la Conadep, el Juzgado de Instrucción Militar nº 2 del Estado Mayor General del Ejercito.

La apertura que los organismos de DDHH y el juicio a las juntas prometían, quedaron sin poder dar respuesta a esta desaparición. Sí, los organismos fueron espacios de solidaridad y de repudio político y moral particularmente durante la década de los años ochenta. Y eso se convirtió en mucho con el paso del tiempo, mientras había que aceptar que lo habían matado y que tanto yo como los más jóvenes de la familia teníamos que armar y rearmar la vida sobre silencios de la justicia y suposiciones como única respuesta.

Su madre murió en el año 1998 a los 92 años, sin saber nada del destino de su hijo. Ella fue quien inicialmente estuvo cerca del primer grupo de Madres de Plaza de Mayo y quien me acercó a mi y a su nieto a las entidades de DDHH.

A pesar de que no consta que haya estado en un CCD, ni hasta hora, otros detenidos hayan aportado alguna noticia posterior a su desaparición y a la manera, fechas y lugares en que lo mataron, en los últimos años recurrimos al equipo de Antropología Forense y seguiremos los pasos necesarios ante cualquier dato o indicio que las investigaciones puedan revelar.

Susana Griselda Kaufman



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