Los que no están

Desaparecidos y dictadura cívico-militar en Florencio Varela (1976 – 1983)
 

 

BRUNO, MARCOS PEDRO

Marcos Pedro Bruno

  

     Marcos Pedro Bruno nació en Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Su esposa,  Lorenza Peralta  (fallecida en el año 1975), era oriunda de Salto Argentino.

 

   La familia Bruno Peralta residió en Avellaneda, tuvo cinco hijos (tres mujeres y dos varones), y en el año 1973 se radicó en el Barrio Libertad de Florencio Varela.

 

     Según el testimonio del mayor de los hijos varones, Marcos (nacido el 4 de Julio de 1957 y residente aún en Florencio Varela), la desaparición forzada de su padre se produjo hacia fines del año ‘76 o comienzos del ‘77. La imprecisión temporal en la evocación de aquella circunstancia hace más evidente la pérdida irreparable y el dolor  por aquella madrugada del horror. Es que ante el miedo, el desconcierto y la desinformación impuestos, lo prioritario para Marcos pasó a ser la lucha diaria por el sustento de sus hermanos menores, que la Dictadura Militar dejó huérfanos.

 

     Los acontecimientos que derivaron en la desaparición de su padre son relatados por él: “Aproximadamente a las dos y media de la mañana golpearon la puerta de casa, y se levantó mi papá (a abrir) y ahí entraron ellos, todos ellos...” [1]. De acuerdo a lo consignado en el Hábeas Corpus presentado por el abogado Alberto Bodega, Marcos P. Bruno (Padre) fue detenido el 11 de Febrero de 1977 en su domicilio por ocho personas fuertemente armadas. “Buscaron, registraron todo, le pegaron también, lo agarraron de la garganta, yo estaba así en el..., estaba de espaldas y los otros estaban atrás mío y agarró y me dijeron que agarre una pala de punta, que yo tenía ahí al costado, que agarre la pala de punta del lado del filo... y que se la dé a mi papá, bueno, ahí agarró y le pegaban ahí (...) y le decían  nosotros sabemos que vos tenés algo, así que danos y mi papá decía que no, que no tenía nada, agarraron y lo llevaron para adentro de la pieza (...) y le hicieron cavar, revolvieron todas las cosas, la pieza de los chicos también, dieron vuelta todo y ahí le empezaron a pegar  a él (...) fueron veinte minutos en total, más o menos que estuvieron ellos y lo que vi fue eso y después de ahí le hicieron abrir la puerta de aquel lado y ahí se metieron otros más, que vinieron con un rehén con la capucha” [2]. A esta persona encapuchada, que llevaban detenida cuando llegaron a la casa de la familia Bruno, le sacaron la capucha y movió la cabeza afirmando que se trataba de Marcos Bruno, es decir, “lo señaló” [3]. Marcos (Hijo) evoca que “a partir de ahí no hice nada porque aparte tenía miedo, otra que yo laburaba, viste, y si no laburaba yo, mis hermanos no comían” [4]. Al poco tiempo, la hija mayor de la familia Bruno Peralta (Nélida, nacida el 6/1/1955) hizo la pertinente denuncia en la Comisaría de Florencio Varela acerca de lo ocurrido a su padre.

 

     Al momento de su desaparición, Marcos Pedro Bruno (padre) estaba desocupado y “tramitando un juicio” [5] laboral (Causa caratulada “Bruno, Marcos, contra Nagui, Eugenio y otros” sobre salarios), porque había sido despedido de su último empleo, en el que se desempeñaba como sereno de una fábrica ubicada en el Camino Gral. Belgrano a la altura de la calle Cadorna. En este conflicto laboral, Marcos tenía como abogado a su amigo personal Alberto Bodega, quien también presentó el Hábeas Corpus citado. Además, Marcos desarrollaba alguna actividad política, era militante peronista y concurría periódicamente a reuniones que se organizaban en un local partidario de la zona. También participaba en asambleas en la Municipalidad de Florencio Varela, donde tenía muchos amigos y conocidos. A Marcos Bruno (Padre) le apasionaba la política, solían hacerse reuniones en su casa hasta altas horas de la noche. Su hijo mayor, testigo directo del secuestro de su padre, recuerda: “yo agarré (y) le hablé a mi viejo y le dije: ‘papá’, le digo, ‘por qué no te dejás de joder con esto, con estas reuniones’... y dice, ‘mirá hijo... son cosas que charlamos y nada más, no es nada malo’”[6].

 

     A partir de esa noche de febrero de 1977, Marcos Bruno (hijo) quedó a cargo de sus hermanos; había que alimentarlos, vestirlos y lograr que estudiaran. Fueron años de muchas necesidades, a las que se pudo ir esquivando gracias a su empeño y sacrificio, mientras le retumbaban las palabras de su padre, quien, al momento de ser secuestrado, le dijo: “pelusita, cuidá bien a tus hermanos”[7]. Hoy, pelusa (como lo conocen en el barrio) se está acercando por primera vez a los organismos de Derechos Humanos, con la intención de saber algo de su padre, “a mí lo que me interesa es si lo pueden encontrar a él, o al cuerpo (...) yo a mi vieja la tengo enterrada ahí y se que está ahí... pero a mi viejo... no se, saber donde está, si está bien, si puede caminar, o si está en un psiquiátrico o si lo habrán hecho boleta...”[8].

 

     Marcos, en el fondo, no ha perdido la esperanza de que su padre esté vivo. Necesita saber, y pretende, en caso que su padre esté muerto, encontrar sus restos, para poder enterrarlos junto a los de su madre, para de esta forma cerrar el círculo de misterio que se abrió aquella noche de Febrero de 1977, y que hasta el día de hoy no ha podido cerrarse.

 

 

 

 

CAMPODÓNICO, RAMONA MELBA

 

     Ramona Melba Campodónico es oriunda de Villa Guillermina, Pcia. de Santa Fe. Nació a comienzos de la “Década Infame”, el 3 de Octubre de 1932. Ramona afirma, a sus 72 años, que “mi papá (Graciano Campodónico) era descendiente de italianos y mi mamá (Rosa Martínez) era una mezcla... era descendiente de españoles y de árabes moros”[9]. A temprana edad sufrió la separación de sus padres y, a partir de allí, ella y sus tres hermanos se quedaron con su madre. Ramona recuerda que “después mi papá formó otra familia, olvidándose de nosotros”[10]. En los primeros tiempos de la separación, el padre cumplía regularmente con visitas para verlos, aunque paulatinamente dejó de hacerlo. Es por eso que intentaron  conseguir una ayuda por medio del sacerdote que estaba a cargo de la Iglesia de Villa Guillermina, sin obtener los resultados esperados: “este sacerdote –recuerda Ramona-  nos decía de todo lo que donaba para los pobres, pero a nosotros no nos daba nada”[11]. Para entonces, la vida no era nada fácil en tierra santafesina, donde las injusticias en el trabajo rural eran parte de la cotidianidad. “Ahí –en palabras de Ramona-  se mamaba rebeldía”[12]. La mayoría de los niños observaba como algo natural el estado de indefensión de los adultos ante los abusos de compañías como La Forestal, o de establecimientos industriales que, por ventajas de índole fiscal, se instalaban en la región.

 

     Cuando Ramona terminó la escuela primaria y Juan D. Perón ocupaba por primera vez el sillón presidencial, partió junto a su madre hacia Buenos Aires, en procura de un  futuro mejor. Recuerda que “entonces mamá, que estaba sola con nosotros, dijo: ‘nos tenemos que ir’. Se dio cuenta cómo íbamos a terminar. Entonces, como de parte de mi padre teníamos familiares acá (en Buenos Aires) le pidió a una tía, y esa tía aceptó que viniéramos mamá y yo (a probar suerte)”[13]. Residieron casi dos años en la Avenida Pueyrredón, a la altura de Las Heras (Capital Federal). Pero: “para nosotros era un ambiente hostil, muy hostil, porque ellos eran de otra clase...”[14].

 

     Ya en Buenos Aires, cuando estudiaba en una escuela secundaria, Ramona consiguió trabajo como enfermera en un hospital de Lanús (Hospital Narciso López, Lanús Este). Esto permitió que sus dos hermanas, una mayor y otra menor que ella -que habían debido quedarse en Villa Guillermina-  pudieran ir a vivir con su madre y con ella. Ramona Campodónico evoca que “mamá estaba enferma, entonces yo tenía que trabajar para ellas. (Es que) no nos daban cosas gratis”[15]. Después de un tiempo, “ellas consiguieron trabajo. Una hermana trabajó en una clínica y la mayor en una fábrica en Avellaneda”[16]. Para  resolver el problema de vivienda, alquilaron un modesto departamento en Lanús, donde estuvieron trece años, hasta que pudieron adquirir un terreno para instalar una casa prefabricada en la zona de Florencio Varela. Esto lo posibilitó cierta estabilidad laboral que Ramona obtuvo al llegarle el nombramiento definitivo en el Hospital Fiorito y en el Hospital Municipal de Florencio Varela (lugar en el que finalmente se desempeñó como enfermera).

 

     Ramona Campodónico se había afiliado al peronismo cuando tenía 18 años, allá por el año 1950. Años más tarde, en su paso por el Hospital Fiorito, y sensibilizada por las injusticias que padecían tanto los trabajadores del hospital como los pacientes que concurrían para ser atendidos, aceptó representar a sus compañeros como subdelegada gremial. Más allá de su filiación política, Ramona coincidía con todos aquellos que tenían un profundo sentido de la solidaridad, que trataban de lograr condiciones dignas de trabajo y la construcción de una sociedad más justa. Ésto la ha llevado a enfrentarse con otros delegados en su carácter de representante de los trabajadores del Hospital Fiorito. En las reuniones regulares del gremio, Ramona recuerda que muchas veces “yo estaba enojada porque (muchos delegados) no hacían nada por esa pobre gente. Porque eran maltratados, porque por lo menos (debían conseguirles) guantes (a los trabajadores del hospital), que era lo mínimo, por ejemplo los chicos (internados) se morían de frío...”[17].

 

       Debido a estos reclamos de justicia, ella también ha sufrido persecuciones y discriminaciones  en su desempeño laboral en el Hospital de Florencio Varela -a partir del año 1970, después de haber trabajado en el Hospital Muñiz-: “cuando yo entré en el hospital (de Florencio Varela) me pareció que había retrocedido 40 años atrás porque se trabajaba en una forma muy, este, muy mal (...) no había seguridad por ejemplo para las enfermeras, para las mucamas, no tenían guantes, tenían jeringas y agujas de vidrio que tenían que hervir en una cacerola que tenía muchísimos años, llenos de sarro, las lavanderas por ejemplo en un lavadero muy chiquitito (sic) lleno de agua, a veces hasta la cintura porque tenían un, un lavarropas muy antiguo que perdía agua y se llenaba todo de agua, no corría el agua, no tenían rejilla, estaban tapados todos los caños en el Hospital y una vez una de las que trabajaban allí se electrocutó, pudieron salvarla pero, porque tenía que planchar ahí en el mismo lugar sobre una madera pero todo mojado, no le daban botas, no le daban guantes, tampoco a las mucamas, tampoco a las enfermeras, estaban todos juntos. En una sala estaban los hombres, en otra sala las mujeres y en el medio, atrás la Sala de Parto y un poco más adelante Neonatología que era un desastre. Los chicos se morían de frío porque tenían una garrafa con una pantallita para ponerle, entraba todo el mundo, se infectaban. A veces se terminaba la garrafa y nosotros no sabíamos como abrigarle a los chicos. Bueno, después que yo empecé a protestar y esas cosas de que lo más elemental que le dieran que esos chicos nunca les debía faltar calor, que esas personas que estaban trabajando en lavaderos que se cambiaran, que trataran de comprar un lavarropas mejor, otro lugar, un secador de ropa y eso era todo lo que yo pedía. (Entonces) me eligieron delegada, yo no quería aceptar al principio pero bueno, ya estaba metida en eso y acepté. Ahí empezaron mis problemas porque el Intendente se oponía terminantemente a hacer alguna modificación, a comprar nada, la cúpula del Sindicato, que su secretario general y todos los que le rodeaban se puso en contra mío, no me ayudaban, ellos estaban con el Intendente (...) el administrador del hospital me perseguía continuamente, era un comisario retirado de no sé que policía (...) Luanco era el apellido”[18].

 

    Afecto a los asados y reuniones para agasajar a quien estaba en el poder, el administrador Paulino Luanco organizó un encuentro con el personal del Hospital junto al intendente Fonrouge de Florencio Varela, esto en fecha cercana al golpe de Estado que en 1976 inauguró la más sangrienta Dictadura Militar que haya soportado nuestro país. Pues bien, en ese encuentro, Ramona no expresó las palabras que todos querían escuchar: “yo pedí la palabra y los del sindicato me hacían señas de que me calle la boca”[19]. Deslizó ciertas quejas que no agradaron a la concurrencia, invitada especialmente por el anfitrión y administrador del hospital, el Sr. Luanco. Al día siguiente fue desplazada de su puesto de trabajo y, sin ocupación, hasta le negaron el ingreso al hospital, orden que el propio Luanco se encargó de hacer cumplir. Ramona recuerda que “pedí por favor al Secretario de Salud de la Municipalidad que me diera una tarea (...) me dijeron que me mandaban a un centro periférico de salud... en el Barrio Villa Aurora”[20].

 

     El 24 de marzo de 1976, cuando se produjo el golpe militar y el ascenso al poder de la junta de comandantes de las FF.AA, Ramona M. Campodónico de Sánchez estaba trabajando en aquella sala de primeros auxilios, donde se vacunaba a los niños del barrio y se atendía a los adultos sin recursos económicos. Poco tiempo después, el 5 de Abril, al llegar del trabajo a las inmediaciones de su casa, se enteró por un vecino de que en la puerta de su hogar había una especie de operativo con un gran desplazamiento de militares. Ramona recuerda: “llegué a la parada del colectivo que estaba a cuatro cuadras de mi casa y me esperaba este vecino y me dijo: ‘Melba, no sé que pasó pero está rodeada de militares  tu casa, se llevaron a Jorge’ (su hijo adolescente)... Mi marido estaba trabajando, trabajaba en la Capital, este... entonces mi mamá me acompañó (...) Le apuntaron con las ametralladoras y le dijeron: ‘usted no puede pasar’ y yo antes de que la tocaran me acerqué a mamá y le dije: ‘mamá por favor andate, porque son capaz de tirarte’. Bueno ella se fue. Entré en casa, inmediatamente me esposaron, yo pedí por favor que me llevaran para que suelten a mi hijo”[21].

 

     Cuatro días antes del operativo, el 1/4/1976, su hijo Jorge había sido interceptado por unos desconocidos que le entregaron un paquete, aduciendo que eran documentos muy importantes que debía entregarle a su madre. Al día siguiente, Ramona pudo constatar con extrañeza que se trataba de libros nuevos editados por el Partido Comunista, además de publicaciones que supuestamente pertenecían al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y a Montoneros, incluyendo estampillas, libros de contaduría y planillas de partidos políticos en las que se consignaban entradas y salidas de personas. Ramona dejó esos libros en su casa sin entender bien cuál era el motivo por el cual se los habían hecho llegar. El misterio se develó cuando, al entrar los militares a su casa, buscaron los libros y los utilizaron como una ‘falsa prueba’.

 

     El 5 de abril del año 1976, cuando detuvieron a Ramona, la trasladaron inmediatamente de su hogar a la Comisaría 1° de Florencio Varela, donde la sometieron a un interrogatorio. Respecto a la pretendida vinculación al Partido Comunista, Ramona explica que “nunca me afilié, y en la Comisaría me mostraron un carnet de mi hijo... (que) no sabía lo que era la política, mi marido tampoco, un carnet mío, de mi hijo y de mi esposo, pero groseramente se veía lo trucho que era porque arriba estaba tachado el nombre de la persona que en realidad tenía ese carnet y abajo pusieron el nombre nuestro, que eso yo le hice ver al militar que estaba en la Comisaría, que me interrogó, me interrogó un montón de horas, no me dejaban ir al baño, no me daban agua (...) bueno ahí estuve, por ejemplo me llevaron más o menos a las siete de la tarde y me llevaron el otro día a la noche, cuando ya era oscuro me llevó un civil que, que no me puedo acordar el apellido, pero lo conozco, es un señor que tuvo problemas, que robaba nafta, que robaba ganado, que robaba un montón de cosas, pero trabajaba para la policía y este año  (2004) se presentó como, como uno de los candidatos para Intendente”[22]. Este civil, colaborador de las fuerzas represivas, la obligó de un empujón a  acostarse en la parte de atrás del automóvil en el que la iban a trasladar, esposada como estaba, ocultando su cuerpo con una frazada y advirtiéndole que no intentase mirar por dónde se dirigían. Presumiblemente la llevaron al Regimiento Militar N° 7 de La Plata, el que funcionaba como un campo de concentración, lugar -como tantos otros- de torturas y vejaciones. “Me llevaron a un lugar -relata Ramona- que nunca supe donde era, porque era muy estricto y muy doloroso estar ahí, estuve en la oscuridad, siempre vendada (...) me llevaban al baño, pero con grillos, arrastrando, me tiraban de la mano por ejemplo, porque iba con otras detenidas, con otras desaparecidas, como una caravana y por ahí tiraban y si había escaleras, nosotros no veíamos y nos caíamos”[23]. Fue víctima de simulacros de fusilamiento, la sometieron a torturas con picana eléctrica y a largos interrogatorios sobre las actividades políticas en las que ella pudiera estar involucrada. Al respecto, Ramona asegura que “a mí no me preguntaron jamás del Partido Comunista, ni nada de eso, me preguntaban siempre por los Montoneros y por el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), yo sabía que había muchos (militantes políticos) en el Hospital, que tenían esa ideología y que incluso algunos eran amigos míos porque yo no, yo respeto a las personas por el valor humano que tienen, no me interesa la ideología, ni la religión, ni nada de eso, pero yo jamás les dije los nombres, yo sabía quiénes eran, ahora están encumbrados muchos de ellos, son peronistas y tienen puestos muy grandes, yo algunos por dificultades traté de hablar pero no, no me conocen, se hacen los que no me conocen, así que por eso y después me preguntaban por otras personas que yo no conocía, realmente no, no las conocía y también eran del Hospital, claro pero yo como mucho no, no, no estaba en contacto, por ejemplo con practicantes o cosas así, porque desaparecieron muchos del Hospital, después me enteré que desaparecieron muchos. Bueno de ese lugar nos llevaron a otro”[24].

 

     El centro clandestino de detención al que fue trasladada luego de estar alojada en el Regimiento 7 era  -según las evidencias recogidas a través de testimonios de ex detenidos desaparecidos-  la Comisaría de la Mujer de La Plata, en la intersección de las calles 1 y 60. También allí las noches eran un infierno, porque las detenidas escuchaban cuando regresaban los Grupos de Tareas con mujeres y niños llorando. Ramona recuerda que para entonces “despidieron a mi marido del trabajo cuando se enteraron de lo que me había pasado a mí, a mi hijo lo dejaron libre con una trampa en un colegio religioso (Colegio Perpetuo Socorro de Quilmes), porque no tenía plata para comprarse el equipo de gimnasia...”[25].

 

    La madre de Ramona empezó la búsqueda desesperada de su hija visitando varias Iglesias, y sólo halló consuelo y buena predisposición de parte de Monseñor Novak: “me dijo mi mamá que a ella le dio mucho consuelo y le dijo: ‘abuela, yo voy a hacer todo lo que puedo, pero sabe que con estos asesinos no se puede hacer mucho, pero usted quédese tranquila, que yo voy a hablar con los que puedo hablar y voy a orar mucho por su hija’, un consuelo le dio y le recibió y cosa que no hicieron (...) el sacerdote de Varela que yo siempre estaba con él, le cerró la puerta, dijo que él no se ocupaba de eso, y muchos otros (...) porque yo cuando era jovencita trabajaba con... (el) sacerdote Quarracino, pertenecía a la Juventud Obrera Católica, yo tenía dieciocho años en Avellaneda, y tampoco creo que era Monseñor cuando fue mamá y no la recibió”[26].

 

     Ramona evoca su liberación sintiendo, aún hoy, la extrañeza que sintió en aquel momento: “Bueno, un día vienen, me sacan las vendas, yo les decía a mis compañeras parpadeen porque si no vamos a tener problemas en los ojos, me sacan la venda, las esposas y me dijeron: ‘vaya a bañarse que usted va a salir’ y yo bueno, pensé ‘me llevan para matarme’, pero como ya no me importaba, me dicen: ‘haga un paquete de todas sus cosas’, yo tenía la frazada y una ropa que me habían dado ahí en la Comisaría de la Mujer para poder higienizarme y poder cambiarme, me llamó el Jefe de la Policía, me dijo que cuando salía que por favor fuera a su despacho y me dijo: ‘(...) acá tiene un certificado que trajeron de, del Regimiento 7, llévese esto, no trabaje más, quédese en su casa’ y a mi me pareció un sueño, yo salí en la calle y todavía no creía, yo decía que en cualquier momento siento un balazo, algo por el estilo”[27].

 

     En aquellos tiempos, quienes no desafiaban el orden establecido ya habían perdido el profundo sentido de la solidaridad, ante el imperio del miedo y el ‘no te metás’; más decididamente aquellos que desde el poder político o religioso acataban tal estado del terror. No es el caso de Ramona Campodónico, que, una vez liberada, siguió viviendo el horror que significaba llevar consigo los recuerdos de aquel infierno: “las compañeras que tenía, cuando yo salí –rememora Ramona- descosieron el ruedo de mi tapado y pusieron papelitos de direcciones y de teléfonos de sus familiares, algunas, otras no y yo al otro día de que llegué a mi casa, empecé a salir y a llevar los papelitos y a llamar por teléfono, me encontré (por ejemplo) con un señor acá en La Plata, que yo le dije: no puede venir (a) mi casa porque seguramente estoy vigilada (...) nos encontramos en una plaza, no me acuerdo ahora en que plaza era acá en La Plata, bueno yo vine con un colectivo, él vino con un paquete (...) y me dijo: ‘yo traje esto para que usted le lleve’ (a su pareja, una mujer detenida ilegalmente como lo había estado Ramona) y le dije: ‘no, no me dejan entrar’, yo salí de ahí (del centro clandestino de detención) y me dijeron ‘olvídese de este lugar por el bien suyo y si puede irse del país, váyase’, y yo le dije: ‘¿por qué me voy a ir de mi país?, yo quiero mucho a mi tierra, más que ustedes (...) no me voy a ir de mi casa, mi hijo irá a otro lado para que no corra peligro, pero yo de mi casa no me voy, hagan lo que quieran’”[28]

 

     A pesar de las amenazas y las dificultades, Ramona sigue viviendo hasta el presente en su casa de Florencio Varela, en el mismo barrio en el que fue secuestrada. Fue a declarar en el Juicio por la Verdad y mantiene el mismo compromiso social y humano que la llevó a enfrentarse con sectores del poder que le cobraron muy cara su participación.

 


 

Notas


[1] Declaración testimonial de Marcos Pedro Bruno (h). Cámara Federal de Apelaciones. Juicio por la Verdad. La Plata, 29/9/2004, p. 3. (En APDH, La Plata)

[2] Ibídem,  p. 4

[3] Ibídem,  p. 16

[4] Entrevista de los autores a Marcos Pedro Bruno (h). 5/6/2004

[5] Declaración testimonial de Nélida Beatriz Bruno. Cámara Federal de Apelaciones. Juicio por la Verdad, La Plata, 27/10/2004, p. 9 (En APDH, La Plata)

[6] Entrevista a Marcos Pedro Bruno (h). Op Cit

[7] Ibídem

[8] Ibídem

[9] Entrevista  de los autores a Ramona Melba  Campodónico. 29/04/2004

[10] Ibídem

[11] Ibídem

[12] Ibídem

[13] Ibídem

[14] Ibídem

[15] Ibídem

[16] Ibídem

[17] Ibídem

[18] Declaración testimonial de Ramona Melba Campodónico de Sanchez. Cámara Federal de Apelaciones. Juicio por la Verdad. La Plata, 1/09/2004, p.4 y 5. (En APDH, La Plata)

[19] Ibídem, p. 5

[20] Ibídem, p. 6

[21] Ibídem, ps. 7 y 8

[22] Ibídem p. 9 y 10

[23] Ibídem, p. 11

[24] Ibídem, p. 12

[25] Ibídem, p. 17

[26] Ibídem, p. 35

[27] Ibídem p 15

[28] Ibídem, p.22

 

 
   
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