Las influencias ideológicas

Iglesia y Dictadura, por Emilio F. Mignone (Capítulo sexto)

 

Confusión de roles


En ese contexto se produce una verdadera confusión de roles. Obispos y sacerdotes, como Bonamín y Zaffaroni, se convierten en ardientes guerreros mientras generales, almirantes, brigadieres se arrogan la interpretación de las Sagradas Escrituras y dictan cátedra de teología, a vista y paciencia del episcopado.

El coronel Agustín Valladares, que durante un largo período fue el hombre fuerte del ministerios de Cultura y Educación, disertó el 14 de noviembre de 1978, ante maestros y profesores del colegio Santo Tomás de Aquino, de San Miguel de Tucumán. El general Cristino Nicolaides, dijo el 12 de junio de 1976 en Corrientes, que el individuo comprometido con la subversión es “irrecuperable”, modificando de esa manera el concepto básico cristiano de que todo ser humano es redimible” (12). El arzobispo López no lo rectificó.

El 12 de junio de 1976 el teniente coronel Hugo I. Pascarelli, en el acto evocativo del 150 aniversario del grupo de artillería 1, en Ciudadela, en presencia del general Videla y de los capellanes de la unidad avanzó más en el campo de la innovación teológica. Sostuvo que la lucha en la cual participaba “no reconoce límites morales ni naturales, que se realiza más allá del bien y del mal que excede el nivel humano, aunque sean hombres los que la provocan. No ver o no querer ver no es simplemente ceguera, sino la más grande ofensa a Dios y a la Patria” (13). Los Diez Mandamientos son dejados de lado por este semidiós de la tortura y del asesinato. La ofensa a Dios consiste en no reconocer su derecho a actuar fuera de la moral.

Entre tanto el general Juan Sasiain y el coronel Alejandro Arias Duval, entonces jefe de la policía federal y superintendente de coordinación federal, respectivamente, sostenían que “el cristianismo es lo único que puede salvar al mundo y esa idea rige sus actos como militares y titulares de su repartición” (14). Principio que no era posible advertir en su comportamiento en esos cargos y otros que ocuparon.

El 29 de abril de 1976 el después general Jorge Eduardo Gorleri ordenó en Córdoba una espectacular quema de libros, con estas palabras: “El comando del cuerpo de ejército III informa que en la fecha procede a incinerar esta documentación perniciosa que afecta al intelecto y a nuestra manera de ser cristiana. A fin de que no quede ninguna parte de estos libros, folletos, revistas, etc., se toma esta resolución para que con este material se evite continuar engañando a nuestra juventud sobre el verdadero bien que representan nuestros símbolos nacionales, nuestra familia, nuestra Iglesia, nuestro más tradicional acervo sintetizado en Dios, Patria, Hogar(15).

La contaminación ideológica preocupó igualmente al general Albano Harguindeguy en su breve interinato en el ministerio de Cultura y Educación. Lo aprovechó para prohibir los libros de Paulo Freire, Pedagogía del oprimido, La educación como práctica de la libertad, Acción cultural para la libertad, Concientización, teoría y práctica de la libertad y Las iglesias y la educación y el proceso de liberación humana en la historia. Su doctrina pedagógica, afirmó, “atenta contra los valores fundamentales de nuestra sociedad occidental y cristiana” (16)

Pero donde esa elaboración teológica alcanzó su más alto grado de refinamiento fue en la Marina de Guerra. El Evangelio según Massera le fue expuesto al presbítero Orlando Iorio mientras estaba “desaparecido”, maniatado y encapuchado en la Escuela de Mecánica de la Armada, a mediados de 1976. “Vos no sos un guerrillero –le dijo el oficial que lo interrogaba–, no estás en la violencia, pero vos no te das cuenta que al irte a vivir allí (a la villa) unís a la gente, unís a los pobres y unir a los pobres es subversión”. 

Y más adelante otro carcelero le explicó: “Usted tiene un error, que es haber interpretado demasiado materialmente la doctrina de Cristo. Cristo habla de los pobres, pero de los pobres de espíritu y usted se ha ido a vivir con los pobres. En la Argentina los pobres de espíritu son los ricos y usted, en adelante, deberá ayudar más a los ricos que son los que están necesitados espiritualmente” (17).

El integrismo y el nacional-catolicismo de algunos obispos sigue bien representado en las fuerzas armadas. El 5 de julio de 1986, en Córdoba, durante la misa mensual de FAMUS y en presencia del comandante del tercer cuerpo de ejército Leopoldo Héctor Flores, el dominico Daniel María Rossi revivió las cavernícolas doctrinas de Félix Salvá y Julio Meinvielle, sepultadas por el Concilio Vaticano II. Repudió “los seudohéroes que encarnan la revolución francesa en nuestra patria, porque desintegran la tradición hispanoamericana”. Agregó que “la trilogía francesa de igualdad, libertad y fraternidad es totalmente subversiva” (18).

Este digno cofrade de Tomás de Torquemada coincide con otro pensador insigne del ejército, el actual general Justo Jacobo Rojas Alcorta. Cuando era teniente coronel y comandaba el regimiento de infantería general Viamonte de Mercedes, provincia de Buenos Aires, solía pronunciar ilustrativas y amenazadoras conferencias ante el personal docente de los distritos de su jurisdicción. Explicaba entonces, junto a un enorme Cristo de madera, que “los judíos trasmitieron sus prácticas secretas y hasta sus símbolos a la masonería y ésta intenta destruir la concepción religiosa cristiana, coincidiendo en ello con el comunismo”. Después de fustigar a la revolución francesa y al tercermundismo, defendió la “violencia buena” de los militares y dijo que la libertad religiosa sólo servía para “encubrir al ateo”. Terminó llamando a la democracia liberal “falsa, pues sostiene la soberanía popular cuando, según la doctrina cristiana, es Dios quien trasmite el poder (19). Sostuvo, además, que la revolución del 25 de mayo de 1810 fue un golpe de Estado militar, tesis que ha sido expuesta hace años por Gustavo Martínez Subiría en un libro denominado El Año X.

Este delirante ha sido ascendido por el gobierno constitucional pese a la oposición de las organizaciones de derechos humanos, que recordaron su participación terrorista en el oeste de la provincia de Buenos Aires. En julio de 1986 el diputado radical tucumano Juan Robles denunció que Rojas Alcorta, en ese momento comandante de la brigada 5 de infantería de Tucumán, estaba “calentando los oídos” a sectores políticos y gremiales para un golpe de estado que tendría lugar en septiembre, mes clásico para estas intervenciones. No cabe duda que tales arrestos tienen su origen en la ideología del locuaz general, que contempla con pavor el pluralismo y la libertad de nuestra incipiente democracia, al igual que algunos obispos.

Otro oficial promovido por la democracia es el coronel Mohamed Ali Seineldín, dado también a las lucubraciones teológico-fascistas, mientras conspira desde Panamá, donde ejerce la agregaduría militar, contra el régimen que inexplicablemente lo ha encumbrado. Su tendencia a mezclar lo militar con lo religioso lo llevó a proponer el nombre de “Operación Rosario” para la invasión de las islas Malvinas. Veamos cómo lo describe el profesor de la escuela superior de guerra, Isidoro J. Ruiz Moreno, autor de un libro sobre la actuación de los llamados comandos del ejército en el conflicto austral. “Este soldado –dice–, poseído de una mística patriótica y religiosa en alto grado, supo imprimir a todos los integrantes de la subunidad de comandos (Equipo Especial Halcón 8), la conciencia del cumplimiento del deber como una prioridad absoluta,  de sacrificio total, que encontrase su recompensa en la obediencia en las directivas recibidas... No Obstante la religión de sus padres, Mohamed fue educado desde los nueve años de edad en la fe católica, de la que hizo un culto abierto y militante. ¡Dios y Patria o Muerte!: este lema de los comandos argentinos recibió desde entonces un sentido positivo y no meramente declamatorio” (20).

En el acto convocado por el cardenal Aramburu para la defensa de la familia, el 5 de julio de 1986, se difundía entre los asistentes un volante con el perfil del coronel Seineldín, acompañado del siguiente texto golpista: “Hermanos, hay una esperanza. Hay un hombre, un soldado, que cuando Dios lo disponga empuñará sus mejores armas espirituales y morales para defender la bandera. Es el mismo que se esforzó en derrotar la guerrilla marxista; es el mismo que dijo: llámese Rosario a la gesta del 2 de abril, en honor de la Santísima Virgen”.

Se explica sin rubor en el libro mencionado cómo Seineldín introdujo en los comandos la enseñanza de la tortura a los prisioneros. Según antes expliqué, la tortura ha sido condenada sin atenuantes por el magisterio pontificio y episcopal de la Iglesia católica, a la cual Seineldín manifiesta pertenecer. En el aprendizaje de los comandos –nos ilustra Ruiz Moreno–, “no falta siquiera la experiencia de prisioneros, pues sus campos no responden a los requisitos establecidos por la convención de Ginebra, sino que son adoptados de la experiencia vietnamita. El candidato es capturado sorpresivamente, encapuchado y golpeado siguiendo un método preestablecido. Sus instructores no le escatiman el uso de esos garrotes de caucho que usa la policía, aunque constantemente bajo la vigilancia de un médico y un siquiatra. Encerrado desnudo en un estrecho pozo que lo mantiene forzosamente parado –mejor dicho: sepultado en él–, se encuentra el infeliz tapado por una chapa de lata o zinc que lo abrasa al sol o lo congela de noche, recibiendo una sola comida por día –una polenta caliente que debe recoger con sus manos– y ahí permanece inmóvil durante tres días, perdida la noción del tiempo. Sólo sale para ser interrogado. Para obtener su información el prisionero es golpeado cuando es menester y también cuando no hace falta. Hasta entonces, en su sepultura, ha debido escuchar constantemente música popular centroamericana o proclamas marxistas y subversivas, que un altoparlante proclama sin cesar. Tuvo tiempo de pensar y rezar, que es lo único que puede hacer. Y determinar si continúa en el curso hasta el final, aún cuando oiga por los altavoces también gritos de sus camaradas que sufren la etapa del interrogatorio” (21).

Si esto se hace con los camaradas que en definitiva saben que saldrán con vida de esa ordalía y reciben atención médica, es de imaginar el destino de los prisioneros auténticos a quienes se quiere extraer información, como los detenidos-desaparecidos de la dictadura. Los comandos intentaron utilizar estos métodos de interrogatorio en el conflicto de las Malvinas, comprometiendo de esa manera el honor de su arma y los compromisos solemnes firmados por el país.

En el mismo mes de julio de 1986 el juez federal de Neuquen, Rodolfo Rivarola, exigió al juez militar de San Carlos de Bariloche el sumario por las torturas aplicadas, con descargas eléctricas provenientes de teléfonos de campañas, a soldados conscriptos, por el subteniente Dino Codermatz. Esto indica que el método se sigue utilizando, con la autorización de las autoridades militares. El comandante del V cuerpo de ejército general Enrique Bonifacino defendió el procedimiento y el juzgado militar puso en libertad  alos torturadores.

Esto es gravísimo desde todo punto de vista. Se impone que el presidente de La Nación en su carácter de comandante en jefe de las fuerzas armadas, actúe sin más tardanza y que el congreso tome cartas en el asunto. No es admisible que los oficiales y suboficiales argentinos sean adiestrados para torturar, ni sometidos, al igual que los soldados, a prácticas degradantes. Una cosa son el entrenamiento físico y psíquico, por intenso que sea, y las experiencias de sobrevivencia en medios hostiles y otra el sufrimiento provocado, con el fin de desatar la brutalidad humana contra enemigos indefensos. Hay que preparar oficiales de honor y no bestias. Sabemos, por otra parte, que las víctimas serán los propios compatriotas de acuerdo con la doctrina de la seguridad colectiva sustentada por nuestras fuerzas armadas como lo prueban las presentaciones de los tres jefes de estado mayor ante la comisión de defensa del senado.

Las revelaciones de Ruiz Moreno, aceptadas como legítimas por éste, no han provocado, excepto un artículo de Horacio Verbitsky, la reacción que merecen.  Martín Alberto Noel, en la sección literaria de La Nación, comentó elogiosamente el volumen sin dar noticia de este relato ni sentirse alarmado. El obispo castrense, José Miguel Medina, a pesar de entrar los responsables en su jurisdicción eclesiástica, nada ha dicho.

La cuestión provoca una última reflexión, atingente al tema de este libro. Pareciera que son los oficiales más ligados al integrismo católico, fomentado por capellanes y obispos, quienes se distinguen por su fervor homicida y su oposición al sistema democrático. Ello es consecuencia, en última instancia, de la actitud y la doctrina de la mayoría de los pastores.

 

 


Christian von Wernich


A partir de 1984 adquirió notoriedad, acusado de complicidad con el terrorismo de Estado, el sacerdote de la diócesis de Nueve de Julio, provincia de Buenos Aires, Christian von Wernich. Se encuentra incluido en el informe de la CONADEP y está imputado en dos causas judiciales, que detallaré enseguida y cuyo patrocinio es ejercido por abogados del CELS. Ambas se encuentran demoradas en el consejo supremo de las fuerzas armadas.

Pero más allá de estos procesos, es la personalidad y son las declaraciones y la actuación de von Wernich las que lo han hecho conocer y constituido en una suerte de paradigma de clérigo fascista, identificado con las fuerzas armadas y colaborador de la represión ilegal.

Varios testimonios que inculpan a von Wernich están señalados y parcialmente transcriptos en el libro Nunca más, de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. Pertenecen a los siguientes legajos: 683, testimonio de Julio Alberto Emmed; 2818, denuncia la desaparición de Cecilia Luján Idiart; 2820, denuncia la desaparición de María del Carmen Morettini; 2852, denuncia la desaparición de María Magdalena Mainer y Pablo Joaquín Mainer; 6982, testimonio de Luis Larralde; 6949, testimonio de Luis Velasco (22).

Me limito a reproducir parte de los últimos por cuanto los anteriores están vinculados con una de las causas judiciales que reseñaré. El 3 de agosto de 1984 prestaron declaración en la embajada argentina en Madrid, ante el diputado nacional Hugo Diógenes Piucill, miembro de la CONADEP, la señora Graciela Fernández Meijide, secretaria de esa comisión, y los consejeros de embajada Carlos Rospide y Gustavo Asis, los ciudadanos Luis Larralde y Luis Velasco. El primero de ellos dijo, entre otras cosas: “Fui detenido con mi esposa María Josefina Roncero en mi domicilio de la calle Billinghurst 2143 5° H, Buenos Aires, el día 5 de julio de 1977, a las 21.15 hs. Nos llevaron a un centro clandestino donde fuimos torturados. Oí cuando torturaban al ex ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires señor Miralles. El padre Christian von Wernich concurría todos los días a la Brigada de Investigaciones y hablaba con los allí detenidos”.

Velasco, por su parte, expresó lo siguiente: “Que el 6 de julio de 1977 a las 24 horas un grupo grande de hombres de civil fuertemente armado, se hizo abrir la puerta del departamento que ocupaba con su madre, en la calle 56 entre 5 y 6 de La Plata. Dijeron pertenecer al ejército argentino. Lo introdujeron en un ciche y lo tiraron al piso y lo vendaron. El 8 de julio lo llevaron de nuevo a ‘la casita’. En esa oportunidad y después de la primera sesión de tortura se acercó un sacerdote, de quien supo después que era Christian von Wernich. Lo volvió a ver varias veces y en una de esas oportunidades el sacerdote le ordenó que se sacara la venda. Como el dicente se negó a hacerlo se la retiró él mismo. Dicho sacerdote dijo que tenía la parroquia en 9 de Julio, Buenos Aires. En una oportunidad oyó cuando Christian von Wernich contestó a un detenido que pedía no morir, que ‘la vida de los hombres depende de Dios y de tu colaboración’ y a él mismo se le dirigió, tocándole los pelos del pecho y diciéndole sonriente ‘te quemaron todos los pelitos’. En otra oportunidad lo escuchó defender y justificar la tortura y reconocer que había presenciado torturas. Cuando el sacerdote von Wernich contaba a los detenidos los operativos usaba el plural, incluyéndose: cuando hicimos tal operativo”.

En el juzgado criminal y correccional número 3 de la ciudad de La Plata, a cargo del doctor Vicente Luis Bretal, secretaría número 8, tramita la causa judicial por la cual Domingo Moncalvillo, padre de una de las víctimas, con el patrocinios de los abogados del CELS, querella por apremios ilegales y privación ilegítima de la libertad calificada, entre ortros, al exjefe de policía de la provincia de Buenos Aires, Juan Ramón Camps, al comisario Miguel Osvaldo Etchecolatz y al sacerdote Christian Federico von Wernich, que revista como oficial subinspector.

Von Wernich fue designado con ese cargo por Camps, en el año 1976, para desempeñarse como capellán (Mas tarde dirá en un reportaje: “Me ordené en 1976 y como soy de Concordia el general Camps me conocía de chico, ya que él es de Paraná. Por eso y de acuerdo con monseñor Plaza, llegué a ser cura de confianza para muchas cosas en la lucha contra la subversión”).

El proceso tiene su origen en la detención, por distintos procedimientos, de Domingo Héctor Moncalvillo, Guillermo García Cano, Liliana Amalia Galarza, Cecilia Luján Idiart, María Magdalena Mainer, Pablo Joaquín Mainer, María del Carmen Morettini y Susana Salomone. 

Los jóvenes estuvieron ilegalmente presos, en condiciones especiales, durante la mayor parte del año 1977, en la dirección general de investigaciones de la policía de la provincia de Buenos Aires, en La Plata. Podían alternar con sus familias y finalmente se les dio a optar por permanecer encarcelados cinco años o salir del país. Lógicamente, prefirieron lo segundo.

En ese lapso los visitaba constantemente el capellán von Wernich, a quienes sus familias recurrían como intermediario. Incluso le entregaron dinero para ir formando un fondo destinado a su sostenimiento en el exterior. El 30 de noviembre de 1977 al concurrir los padres de los detenidos a dicha dependencia, como era habitual, se les informó que ese día habían partido del lugar. Desde entonces no supieron nada de ellos. Von Wernich ha explicado en su declaración ante la cámara federal de apelaciones en lo criminal y correccional de la capital federal, en el juicio a los ex-comandantes en jefe, que participó en una despedida que se les hizo y que a pedido de ellos los acompañó en tres grupos al aeroparque y al puerto de Buenos Aires, desde donde viajaron para Montevideo (23). Pese a esa afirmación, existe la certeza que fueron asesinados al igual que millares de detenidos-desaparecidos, dado que nunca más han dado señales de vida y es imposible que se encuentren en el extranjero sin comunicarse con sus familiares. Las averiguaciones en el Uruguay no dieron resultado alguno, aunque Moncalvillo aparece como ingresado a ese país. Las autoridades policiales insistieron en su posición, sugiriendo que estarían en la clandestinidad. Y von Wernich nunca supo dar una explicación coherente, ni se interesó más por el asunto.

Ante la CONADEP, un ex-agente de la policía de la provincia de Buenos Aires, Julio Alberto Emmed, que actuó como chofer e intervino en operativos, hizo un minucioso relato del cual resulta que los integrantes del grupo fueron transportados en distintos vehículos con el pretexto de sacarlos del país y asesinados en el trayecto de manera brutal. Según Emmed, el presbítero von Wernich presenció, al igual que él, esos hechos. De regreso, el comisario Etchecolatz, felicitó al personal interviniente y “el cura von Wernich –agrega Emmed– me habló de una forma especial por la impresión que me había causado lo ocurrido. El cura me dijo que lo que habíamos hecho era necesario para bien de la Patria, que era un acto patriótico y que Dios sabía que lo que se estaba haciendo era para bien del país” (24). En cuanto a la constancia de ingreso al Uruguay, Emmed explica que se elaboraron documentos con los nombres de los presos pero con fotografías de personal policial. De tal manera que serían éstos quienes habrían viajado.

Es cierto que Emmed, sin duda amenazado, negó esos detalles en su declaración ante la cámara federal de la causa de los ex-comandantes y anunció que rectificaría la declaración prestada en el mismo sentido ante el juzgado federal en lo criminal número 4 de la capital federal, a cargo de la doctora Amelia Berraz de Vidal (25). Sin embargo todo indica que fue veraz en la primera ocasión, dado que el homicidio es la conclusión racional de la desaparición indefinida de los jóvenes mencionados y no es ésta la única vez en que se utilizaron procedimientos de ese tipo. Recuérdese, como un ejemplo, el caso de Marcelo Dupont.

En su larga declaración ante la cámara federal von Wernich reconoce su vinculación con este grupo de detenidos-desaparecidos y confirma que los acompañó para despedirlos, pero niega conocer su condición. Explica igualmente que conversó en un puesto policial de Don Bosco con Jacobo Timerman y con el ex-ministro Oscar Miralles, a quien encontró muy decaído. Sostiene no haberse enterado que fueron torturados (26).

Otra causa judicial en la cual se encuentra involucrado von Wernich es la caratulada “Lorusso Arturo Andrés s/denuncia privación ilegítima de libertad”. Tramitó ante el juzgado en lo criminal y correccional federal de la capital federal número 4, a cargo de la doctora Amelia Berraz de Vidal, secretaría número 12, hasta que ésta se declaró incompetente y el expediente pasó al consejo supremo de las fuerzas armadas. En ella intervengo, junto con los padres de otras víctimas, como parte querellante, con el patrocinio de abogados del CELS.

El proceso se origina a causa de la detención, en la madrugada del 14 de mayo de 1976, por agentes de las fuerzas armadas, de Beatriz Carbonell de Pérez Weiss, César Amadeo Lugones, María Esther Lorusso Lammle, Horacio Pérez Weiss, Mónica María Candelaria Mignone, Mónica Quinteiro y María Marta Vásquez Ocampo de Lugones. Ninguno de ellos apareció. Por distintos elementos de juicio, que sería largo explicar, existe la certeza que se los trasladó a la Escuela Mecánica de la Armada, donde sin duda fueron torturados y asesinados. Este grupo de jóvenes se encontraba ligado entre sí por la abnegada labor de promoción humana, social, política y religiosa que llevaron a cabo en la villa de emergencia del Bajo Flores y en zonas aisladas de la Patagonia. Esta fue también la razón de su eliminación.

Un hermano de César Lugones, de nombre Eugenio, mantenía una estrecha amistad con el presbítero von Wernich. De tal manera que producido el episodio fue la primera persona a quien recurrió en busca de ayuda. Conocía, por cierto, su ideología, su identificación con las fuerzas armadas, su condición de capellán de la policía de la provincia de Buenos Aires y su amistad con Camps. Sabía que era cuñado del coronel Morelli, que ocupó la jefatura de la superintendencia de seguridad de la policía federal. Esperaba por ello que le proporcionase alguna luz.

Von Wernich se ocupó de averiguar y a los pocos días le trasmitió a Eugenio Lugones que su hermano César vivía. Eugenio nos informó de la novedad inmediatamente. Entonces le escribí al obispo de 9 de Julio, Alejo Gilligan, a quien conocía de Mercedes y le pedí que le preguntara a von Wernich, entonces párroco de la catedral de esa ciudad, qué noticias poseía de mi hija Mónica. El 4 de agosto de 1976 monseñor Gilligan me contestó, diciendo textualmente: “El único dato recogido por P. Christian es que César Lugones está bien; nada sabe de las demás personas, lugar en que se encuentran ni quienes intervinieron”.

En 1984, cuando inicié la querella en el juzgado de Berraz Vidal agregué la misiva y propuse como testigos al obispo Gilligan y al presbítero von Wernich. Al primero, para que reconociera su firma y el contenido de la carta y al segundo para que dijera quién le había proporcionado la información. De esa manera podíamos avanzar en la identificación de los autores del delito. La noticia salió en los diarios y produjo una conmoción en 9 de Julio. A esta cuestión se agregaron las declaraciones de Mona Moncalvillo, conocida periodista de Hunor y hermana de Domingo Héctor, sobre el caso del grupo de La Plata. El obispo, que seguramente se había olvidado de la comunicación, se molestó mucho y quería sacar una declaración negándola. Le mandé una fotocopia para que la recordara y no metiera la pata, por intermedio del párroco de Trenque Lauquen, Guillermo Noé. Entonces solicitó hacer uso del derecho de ser interrogado por oficio. (Este es un privilegio del cual gozan, en virtud del artículo 290 del código de procedimientos en materia penal para la justicia federal, los integrantes de los tres poderes del Estado, los miembros de los tribunales militares, las dignidades del clero, los ministros diplomáticos y cónsules generales y los militares desde coronel para arriba. Se trata de una de las tantas desigualdades, violatorias del artículo 16 de la constitución nacional, que subsisten en nuestras leyes y costumbres. Habrá que suprimirla).

Gilligan reconoció la carta y von Wernich fue citado por la juez. ¿Cómo salió del paso? Mintiendo. Manifestó que la información de que César Lugones estaba bien se la había proporecionado el mismo Eugenio Lugones. Es imaginable la indignación de éste. Solicitó un careo. La juez lo concedió. Fue una escena violentísima. Von Wernich, extremadamente nervioso, se mantuvo en su posición. Frente a su afirmación sólo estaba la palabra de Eugenio Lugones. Nos quedamos sin prueba.

La salida de von Wernich fue procesalmente ingeniosa. Pero a costa de mentir, luego de un solemne juramento ante Dios de decir la verdad, con un crucifijo delante. Recordé las palabras del Señor, en la teofonía bíblica donde Moisés recibe las tablas con los diez mandamientos: “No darás falso testimonio contra tu prójimo” (Exodo, 20, 16). Y me entristeció que un ministro de Dios, por cobardía, las hubiese olvidado.

Las imputaciones contra von Wernich atrajeron la atención de la prensa. La revista Siete Días mandó al periodista Alberto Perrone y al fotógrafo Mario Paganetti a la ciudad de Norberto de la Riestra, de la diócesis de 9 de Julio, donde von Wernich había sido trasladado como párroco. El sacerdote, dejándose llevar por su vanidad y su gusto por la publicidad, habló mucho. Sus declaraciones, publicadas en el número del 30 de julio de 1984, atrajeron la tención del público. El semanario se agotó y tuvo que reproducir el reportaje en la edición siguiente, del 1° de agosto.

El reportaje a von Wernich, titulado “Habla el cura que interrogaba a los desaparecidos” no tiene desperdicio. En él desnuda su personalidad y sus ideas. “Nunca tuve dudas –afirma– con lo que hice”. Se explaya sobre sus vinculaciones con el grupo de jóvenes prisioneros en la dirección general de investigaciones de La Plata. “Yo estaba encargado –explica– de hablarles, para ir informando como estaba armada su organización montoneros”. Respecto a los testimonios ofrecidos en la audición televisiva Nunca Más afirma: “yo quisiera ver si son ciertos. Desconfío. Temo que no sea cierto todo eso. Me parece, en cambio, que se le dio al pueblo el circo que necesita el gobierno actual para distraerlo de la falta de pan. Así trabaja la zurda en este país”. “Yo nunca estuve en ninguna dependencia policial o militar donde algún preso me confesara que había sido torturado. Y mire que estuve en relación directa con Jacobo Timerman, el ministro Miralles, Papaleo y muchos más ... Camps lo trataba (a Timerman) a cuerpo de rey ... Que me digan que Camps torturó a un negrito que nadie conoce vaya y pase. ¡Pero cómo se le iba a ocurrir torturar a un periodista sobre el cual hubo una constante y decisiva presión mundial... que si no fuera por eso...!”

Los periodistas describen el ambiente: “Pasamos al amplio living con numerosos sillones de cuero y tapices artesanales colgando de las paredes. Christian von Wernich destacó que esa construcción californiana la había hecho él apenas un par de años antes, donde se levantaban unos míseros cuartos. De ahí lo seguimos al sacerdote al lugar acondicionado para su vocación de radioaficionado. Diplomas de diversas emisiones adornan las paredes del alfombrado cuarto. En una pequeña estantería con varios libros religiosos estaban los del general Ramón Camps. Cada uno de ellos con una extensa dedicatoria manuscrita, donde se recuerda al ‘cura y amigo’ y se señala cómo se jugaron ambos la vida. También aparece mencionada Susana, la hermana del sacerdote, casada con un militar compañero de promoción de Camps (Morelli)” Y termina: “yo sé muy bien lo que hice, por qué lo hice y con quienes lo hice. Cuando sea el momento la justicia decidirá. He vivido una guerra desde un punto de vista ideológico, que es el de un conservador de centro... Como le dije antes, espero la justicia, sobre todo la divina”.

“Por las declaraciones de Christian von Wernich el pueblo de este sacerdote se transformó en la caldera del diablo”, titula Siete Días la segunda de sus notas, ilustrada con abundante fotografías. A partir de ese momento el clérigo comprendió que no le convenía seguir hablando y se negó a nuevos reportajes. El obispo Gilligan salió en su defensa y le formuló la misma sugerencia. Como resultado de sus palabras el CELS le inició una denuncia criminal por apología del delito. Von Wernich me acusó ante el juzgado federal de Azul de ser el autor de amenazas telefónicas que recibía en Norberto de la Riestra, fundándose en su similitud con una expresión que incluí en mi carta al párroco de Trenque Lauquen Guillermo Noé. El magistrado, lógicamente, desestimó tan absurda imputación. Los procesos contra von Wernich están paralizados en el consejo supremo de las fuerzas armadas. Entre tanto el gobierno de la provincia de Buenos Aires lo ha declarado en disponibilidad en su cargo policial.

El viernes 25 de abril de 1986 fui invitado por la Comisión Nuevejuliense de Derechos Humanos, CONUDEH, para explicar el caso. Cuatrocientas personas colmaron el salón de la Municipalidad y hubo un diálogo interesante y esclarecedor. Quise invitar al obispo, pero no lo encontré. Luego supe que se había dirigido al intendente solicitándole que revocara la concesión del local. La actitud corresponde a la ideología episcopal que he descripto: la búsqueda de la protección del Estado y el temor a la libertad de debate y al pluralismo.

Otro episodio dudoso en las actividades de von Wernich es el de su estada en Nueva York a fines de 1978. Según sus manifestaciones se trasladó a esa ciudad con un contrato temporal con su arquidiócesis para atender pastoralmente a la comunidad hispanoparlante, instalándose en la parroquia de San Juan Crisóstomo, en Bronx. El caso es que en la causa “Lorusso” se presentó la ciudadana argentina María Eva Ruppert, residente en aquella época en dicha metrópoli. Entregó una carta de von Wernich de fecha 27 de septiembre de 1978 por la cual éste se interesaba por conectarse con los exiliados argentinos vinculados a la revista Denuncia que realizaba una enérgica campaña contra la dictadura militar argentina.

Según el minucioso relato de la señorita Ruppert, von Wernich se encontró con ella en repetidas oportunidades y ofreció su colaboración en las tareas vinculadas con la defensa de los derechos humanos en nuestro país, expresando su deseo de “pasar a máquina y hacer un fichero ordenado con los datos de los ‘contactos’, tanto de Argentina como del exterior, de la organización con la que la deponente colaboraba” (27). Explicó que podía facilitar un aparato de trasmisión de onda corta y una fotocopiadora con igual propósito.

Como la actitud del oferente resultara sospechosa, resolvieron no aceptar sus servicios. En la causa arriba citada von Wernich fue careado con la señorita Ruppert, manifestando no conocerla ni haber ofrecido colaboración alguna a organizaciones de derechos humanos, puesto que ello estaba al margen de su labor pastoral. Para los letrados que estuvieron presentes en dichas diligencias procesales no quedó ninguna duda que la testigo Ruppert decía la verdad.

Christian von Wernich, aunque nacido en San Isidro, provincia de Buenos Aires en 1938, pertenece a una acaudalada familia de la ciudad de Concordia (28), donde realizó sus primeros etudios. Uno de sus hermanos apareció envuelto hace algunos años en la quiebra del Alvear Palace Hotel, hecho que dio lugar a dudosas interpretaciones. En su juventud se trasladó a California, Estados Unidos, donde permaneció un tiempo. Allí aprendió inglés. Parece ser que se inclinaba por los estudios de administración de empresa.

Todas las versiones recogidas indican su inclinación por la vida fastuosa y frívola, aun en la época en que hizo saber que era seminarista y se preparaba para el sacerdocio. Eugenio Lugones, que lo conoció en la pileta de natación del Ateneo de la Juventud a comienzos de la década de 1970, dice que algunos amigos le decían “El Cura” y otros “El Conde” o “El Duque”, “porque se notaba fácilmente que era una persona de mucho dinero... programamos –agrega– un viaje juntos a Río de Janeiro, donde estuvimos cerca de quince días en la época de los carnavales... en su coche particular tenía una sirena, especialmente durante los años 76 al 78. Yo le pregunté por qué la tenía y ahora me doy cuenta de que no era para abrirse paso y que no lo molestaran en la ruta como decía. Además de eso tenía credenciales a nombre de otra persona con su foto y esto lo sé porque personalmente yo se las vi. Creo que el apellido que figuraba en esas credenciales de comisario de la policía de la provincia de Buenos Aires” (29).

La ordenación sacerdotal de von Wernich, ocurrida en 1976 a los 38 años, fue una sorpresa, porque había transitado por varios seminarios y más de un obispo se había negado a ordenarlo, entre ellos Tortolo, de Paraná. Resulta claro que su personalidad no los convencía. Quien se decidió a conferirle el sacramento del orden fue el obispo de 9 de Julio Alejo Gilligan, que pasa por ser un hombre ingenuo. Por esa razón recaló en esa diócesis, que no era la de origen.

En las tres ciudades donde ha ejercido su ministerio, 25 de Mayo, 9 de Julio y Norberto de la Riestra von Wernich gravita sobre cierto sector de la población por su ideología reaccionaria, su estilo desenfadado –nunca usa sotana y prefiere los automóviles potentes– y sus gustos mundanos. Se construyó la casa antes descripta en Norberto de la Riestra. Maneja mucho dinero, cuyo origen se supone es familiar, viaja con frecuencia al exterior y durante la época de la dictadura militar era temido por sus vinculaciones oficiales, aunque hay quien sostiene que salvó a algunos jóvenes de la zona. Cumple con sus obligaciones clericales (misa, predicación, administración de los sacramentos), pero sus actitudes son profanas. Es el suyo un sacerdocio formal y sacramental, sin ninguna vivencia espiritual. No es de extrañar, entonces, que haya sido compatible con su participación en los hechos que se le imputan.

Von Wernich suele decir a sus amigos que ha optado por ser cura, porque es una profesión en la cual, a diferencia de otras, se trabaja los domingos y se descansa el resto de la semana

 

 

 

 

   

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Notas capítulo sexto

 

(12) La Opinión, Buenos Aires, 12 de junio de 1976.

(13) La Razón, Buenos Aires, 12 de junio de 1976.

(14) La Prensa, Buenos Aires, 12 de septiembre de 1979.

(15) El general Jorge E. Gorleri, a la sazón comandante del segundo cuerpo de ejército con asiento en Rosario, fue obligado a retirarse el 1° de septiembre de 1986, después de una reunión de mandos superiores del ejército, presidida por el ministro de Defensa José Horacio Jaunarena. En ese encuentro Gorleri se opuso a que sus subordinados fueran obligados a comparecer en causas ante la justicia civil, para responder por crímenes cometidos durante la dictadura militar. Esto significa un verdadero levantamiento contra la Constitución. Cabe señalar que las organizaciones de derechos humanos se habían opuesto a su ascenso a general, propuesto por el presidente Alfonsín y concedido por el Senado. Días antes de este episodio, el 15 de agosto de 1986, el general Gorleri presidió un acto del colegio católico “Manuel Belgrano” de los Hermanos Maristas, de la Capital Federal y pronunció un discurso cuyo contenido desconozco. Seguramente sostuvo los mismos criterios. Resulta significativo que a casi tres años del gobierno democrático un incinerador de libros y comandante de un cuerpo de ejército, sea invitado a presidir y a dictar cátedra en un establecimiento educativo. Lo acompañaba el comandante del área naval de Puerto Belgrano contraalmirante José María Arriola.

(16) Clarín, Buenos Aires, 20 de octubre de 1978.

(17) Informe de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas: Nunca más, Eudeba, Buenos Aires, 1984, Legajo número 6328, pág. 349.

(18) El Periodista de Buenos Aires, Buenos Aires, número 96, 11 al 17 de julio de 1986.

(19) El Periodista de Buenos Aires, Buenos Aires, número 95, 4 al 10 de julio de 1986.

(20) Isidoro J. Ruiz Moreno: Comandos en Acción – El ejército en las Malvinas, Buenos Aires, Emecé, 1986, pág. 36.

(21) Id.Id., págs 41/42.

(22) Buenos Aires, EUDEBA, 1984, págs. 259/261.

(23) El Diario del Juicio, número 3, Buenos Aires, 11 de junio de 1985, págs. 56/59.

(24) Nunca más, id. Id., pág. 260. 

(25) El Diario del Juicio, id. Id., pág 60.

(26) Id, id., págs. 56/59.

(27) Fs. 478/480

(28) En Concordia existe una fuerte corriente nacionalista de derecha y católica integrista. Además de von Wernich es oriundo de esa ciudad el coronel Mohamed Alí Seineldín y estudió en ella el discípulo y panengirista de Julio Meinvielle, presbítero Raúl Sánchez Abelenda, actualmente enrolado con el catolicismo quasi-cismático del obispo francés Marcelo Lefevbre, Sánchez Abelenda fue decano de la facultad de filosofía y letras de la Universidad de Buenos Aires durante la intervención de Antonio Ottalagano, también entrerriano, designado por el ministro Oscar Ivanisevich (17-9-74). Según se afirma, Sánchez Abelenda le certificó en ese período a von Wernich la aprobación de materias de filosofía que éste nunca había cursado y que le facilitaron su ordenación sacerdotal. En Concordia, el 27 de julio de 1962, Meinvielle pronunció una conferencia sobre “La guerra revolucionaria y la Revolución Nacional en la Argentina”.

(29) Siete Días, Buenos Aires, 1-7 de agosto de 1984, págs. 6/7.

 

 

 

   

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