El Rosario de Galtieri y Feced
por Carlos del Frade
Epílogo
Mutilados, golpeados durante
horas, a punto de ser fusilados, una pareja de militantes montoneros, en la
parte superior del Servicio de Informaciones, desafiaban a sus verdugos cantando
el Himno Nacional.
No se animaron a hacerlos callar.
No pudieron.
Apenas sabían leer y escribir.
Vivían en las villas santafesinas.
Ellas, con sus cuerpos, le daban un cachito de alegría a los desesperados de la
zona.
Sabían que buscaban a la maestra.
La querían matar.
Ellas, las chicas, le dieron cobijo, la cuidaron y juntaron plata para sacarla
de la ciudad.
Nació mientras su mamá estaba encadenada en una de las camillas del segundo piso
de la Maternidad Martin, en Rosario. Su papá murió en la tortura.
Veinte años después ella canta y ríe, recuerda y sueña.
Dice que “no todo está perdido” y como Fito, está convencida que “viene a
ofrecer su corazón”, como les contó a sus compañeros del Superior de Comercio,
en diciembre de 1996.
La memoria es sinónimo de esperanza.
Miles de pibes, en toda la provincia, descubren en el pasado una huella que le
da sentido a su presente y los nutre de una búsqueda para el futuro.
Saben que el amor, la muerte y el poder, en el pasado y en el presente, hacen
algo con sus propias vidas.
Para ellos, para los que buscan verdad, justicia y alimentan rebeldías, están
dedicadas estas páginas.
Carlos del Frade.
Rosario, febrero del 2000.