desaparecidos

Figurita Japonesa






Advertí, por los incomprensibles sonidos, que el colectivo provocaba al avanzar, que en los dos o tres minutos que llevaba de viaje, había estado tratando de recordar todo aquello y no lo lograba, porque ella llegaba a mi mente con una súbita inquietud, con la súbita inquietud de no poder recordarla.

Quizás alguna expresión en su rostro o alguna forma de sus ojos, pero estas borrosas transparencias de mujer parecían más la materialización de un sentimiento que un recuerdo.

Faltaban varios minutos para llegar, y en cada segundo de ello, ella estaba multiplicada, siempre nueva y diferente, nunca repetida. En esos instantes que restaban para llegar a ella, su cuerpo se me ocurría largo e interminable.

Interminable como mi ansiedad.

Aunque quizás no era su cuerpo o el recuerdo de el, sino algo en mi mente lo que la mantenía inconclusa, como obra del genial artista sin el mágico toque final que le otorga la vida, el carácter y conclusión de obra maestra.

Y no fue en ningún lugar de aquel paisaje en fuga donde empezó todo.

Fue en el instante mismo de partir.

De saber que aquel colectivo poseía mi cuerpo y voluntad, pues me arrastraba y me conducía a la calle donde estaría ella esperandome.

Así es que no dependía de mi voluntad o deseo, sujeto ambos a los veleidosos movimientos del vehiculo. Además éste y el camino que recorría estaban establecidos de antemano.

También estaba predestinado que al fin del viaje, entre muchos rostros y cuerpos indefinidos, estaría ella con sus cabellos iguales. Pero serían iguales realmente. Yo no lo recordaba, como recordaba el rumor de su risa.

Y el rumor que hubiera podido recordar estaba en un pasado incierto. En cambio a ella la recordaba en un pretérito que hubiera podido ubicar con precisión histórica.

Por momentos, creía tener la forma de sus ojos, la fragancia de sus cabellos o el sonido de su risa, aunque no sabía si era el sonido de su risa o un rumor y pensaba algo que era inventado por mí. Una quimera para conformar a mis sentidos y declararme satisfecho.

Pero yo sabií que no era así, porque la calle existía...

Esa calle es un hecho presentable que demuestra la existencia de Graciela. Esa calle tenía gente. Gente que sufre y que ríe. Esa calle adquiere la gris tonalidad triste que la lluvia deja en todas las calles. El metálico e impersonal murmullo de la lluvia me recuerda a la voz de ella. El monótono traqueteo del colectivo.

Ese traqueteo que hiere los sentidos me hizo regresar a la realidad.

Una realidad, que decía que había llegado a la anhelada calle. Esa calle que sí existía y que me daba la razón y que daría a ella.

Si en ese instante me hubiese visto, hubiese observado a un muchacho ansiosamente asomado por la ventanilla de un 101 mirando hacia una calle inexplicablemente - para íl- desierta.

Ella no estaba, no estaba y no estaría nunca. Pero la calle existía. Era una verdad.Una verdad que chocaba de frente con otr verdad, la verdad de su ausencia.

No comprendí esto tan simple. Por más que traté de entenderlo no lo logré....Y eso que mi viaje iba llegando a su fin, y mientras ausente miraba al mundo desde mi asiento, en el escaparate de un comercio encontré la verdad, una verdad tan sencilla que estuve a punto de soltar una angustiosa risotada de desahogo.

Había visto una figurita japonesa.Una figurita con cuatro brazos, que en realidad son dos figuras superpuestas para la que de atrás no se vea. Sólo quedan visibles los brazos, para que parezca una sola figura con cuatro miembros, pero esta la de atras imitando los movimientos de la primera.

Así soy yo, que vivo imitando los movimientos de Graciela. Los vengo imitando desde hace tiempo. Por eso no la percibí cuando llegamos a su calle, y se que, aunque es difícil volver a ella o solamente encontrarla, la aguardo y trato que todo lo que haga sea digno .Mi mente esta limpia para ella, y mi cuerpo esta lleno de vida para esperarla pues sé que está en alguna parte, quizás me espera. Lástima, que a ese lugar no me lleva este colectivo.

Tomando entre mis manos la forma de sus ojos, sintiendo la suave fragancia de sus cabellos, escuchando su impersonal voz de lluvia y admirándome con el rumor de su risa, me bajé del omnibus ya que mi búsqueda había llegado a su fin.

A GRACIELA MABEL CRUZ, SU GRAN AMOR, SEPARADOS POR UNA CARTA QUE UNA ENVIDIOSA TERCERA EN DISCORDIA, NO ENTREGO A Graciela, luego de una peleita de novios. Una tal Monica....

16-06-74

Eduardo Luis Vicente